Un
momento de descanso (2011) es la cuarta novela de un escritor
transgresor, Antonio Orejudo, ante cuya lectura nadie puede quedar indiferente.
Yo soy de las que leo sus novelas de un tirón porque me enganchan y me divierten.
La novela parte del
inesperado encuentro del narrador con un viejo amigo, Antonio Cifuentes, que diecisiete
años después, trae al presente la memoria del pasado, pone al día a su amigo de
las peripecias vitales que le han acontecido durante esta larga desaparición y cuyas
conversaciones alimentan una crítica novela sobre la universidad española, que el narrador publica permitiéndose ese “momento de descanso” que le proporciona esa pequeña
traición a sus principios, esa renuncia a ser siempre íntegro.
En tres partes
tituladas “Aparece un fantasma”, “Cómo me hice escritor” y “La felicidad del hombre descansado”, construye
el entorno del protagonista, un profesor universitario que, en una especie de
autoficción fingida, va desgranando anécdotas que dejan muy malparadas a la
universidad española y a la americana.
En una agudísima clave
de humor Antonio Orejudo ficcionaliza su propia experiencia, añade fotografías
y documentos que ratifican su original autoficción, cita sus novelas anteriores,
creando un marco real. Sin embargo confunde al lector que no identifica al
resto de los personajes, no solo porque no ha estado en las mismas
universidades que en las que ha peregrinado el autor, sino también porque por sus
nombres no se puede afirmar que estén puestos sin trampa y cartón: Antonio
Javier Ilusión, Paco Almendra, la profesora Cerbatanas que iba a clase una vez
al mes, Paco Botas que impartió clases de literatura Medieval sin que nadie advirtiera
que solo era un enfermo mental, Florencio Castillejo hijo de Claudio
Castillejo, el profesor J. Lelous, el nuevo amante de su exmujer.
El supuesto traidor Desmoines
(en francés significa “de los monjes”), que pretendió acabar con Castillejo y
hacerle desaparecer incluso de los papeles (o fue al contrario, Castillejo
quiso hacer lo propio con Augusto Desmoines) tiene un significativo gran nombre, el de un
importante centro norteamericano de servicios financieros y negocios
editoriales que en la revista “Forbes Magazine” apareció en primer lugar de la
lista de “Mejores Lugares para los Negocios”
También los lugares
pasan por el tamiz del humor. Rechaza el personaje comer en el refinado
restaurante “Bartleby” por su vulgar alta cocina y prefiere la taberna “Calagüela”
en la calle Desengaño de Madrid donde puede disfrutar de patatas bravas y
champiñones.
Todo ello produce
cierto desconcierto en el lector que sabe solo lo que el autor quiere contar,
sin mojarse abiertamente, si es que esos personajes reales pertenecen al
entorno de Antonio Orejudo porque tal vez solo ha querido construir meros
arquetipos de la universidad española. Esta actitud me extrañaría, desde luego.
Admito que mi sentido del sarcasmo se vería satisfecho si pusiera cara real a
esos nombres. En este sentido Orejudo traspasa las fronteras de la realidad y
de la ficción atravesándolas a su antojo.
El humor de su sarcasmo
se centra en elementos como el departamento de Spanish de Missouri donde
Cifuentes y su esposa trabajan, con su equipamiento obsoleto y descuidado, tanto como sus colegas, la interpretación racista y xenófoba de comentarios inocuos
que dan lugar a un enorme conflicto racial, los humanistas que nada tienen
que aportar al mundo, empeñados en escribir textos que versan sobre otros
textos, la endogamia en la universidad, los laboratorios que experimentan con
gente necesitada de sobresueldo, etc.
La crítica sale de los
muros universitarios para desenmascarar otros aspectos de la sociedad como la
retórica de los supermercados y sus sugerencias subliminales de compras
compulsivas, los programas televisivos manipulados, la incapacidad de llevar a
buen término el bricolaje casero, la inversión actual de valores, la defensa de
un buen uso de la lengua, etc. y tampoco se detiene el humor en las puertas de su vida personal porque su matrimonio y su especial hijo también son tratados con el prisma distorsionado del humor.
La tercera parte de la novela se centra en la
búsqueda concreta y resolución de un hecho misterioso acaecido entre dos profesores, en
una lucha de poder. Los hilos se van desenredando en esta investigación de una verdad que da un giro con la información aportada por un viejo fraile de más de cien años, “ciego
de canutos”, de marihuana que denominaba terapéutica que proporciona un nuevo punto de vista sobre los hechos investigados.
En resumen, no es la mejor novela de Orejudo pero maneja con tanta agudeza su humor como en las otras, con una visión muy certera de su entorno y una mirada poliédrica. Sin dejar de lado originales logros en procedimientos narrativos como los diálogos de los que, nada más comenzar la primera página de la lectura tenemos el ejemplo, el perfecto manejo de los registros de la lengua y las propias marcas tipográficas cuando se trata de resaltar algún aspecto -oral o no- de la misma.
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