sábado, 20 de abril de 2013

Fernando Savater y "Los invitados de la princesa"


Fernando Savater acaba de recibir (19 de abril de 2013) el Premio Internacional de Poesía y Ensayo Octavio Paz 2012El premio le ha sido otorgado, según palabras del jurado “por su trayectoria intelectual y cívica, destacando su espíritu libertario y liberal, y su defensa del papel de la formación ética en la vida privada y en la plaza pública”. Ha escrito más de cincuenta obras. 

Cercano también es el Premio Primavera de Novela 2012 que el escritor ha merecido por su novela Los invitados de la princesa, editado por Espasa Calpe. 
La novela es el eco de las reflexiones filosóficas que Savater ni en un texto de ficción deja de lado. Las historias que cada uno de los personajes va a relatar, y el entramado de todas ellas, se redensifica con las reflexiones acerca de la muerte, el amor, la educación, la religión, la política (peligros de los nacionalismos), Internet y las nuevas tecnologías,  y tantos otros temas trascendentales del ser humano, existencial y socialmente tratado, así como las reflexiones sobre la propia literatura y el género negro. 

Todo ello mereció que el jurado justipreciara su novela  como “una gran parodia realizada con mucha inteligencia, (…) una gran metáfora del mundo real”, escrita con una importante dosis de ironía, en la que un grupo de congresistas que son personalidades destacadas, acude a una convención, “el Festín de la cultura”, que se va a celebrar en una isla famosa por su gastronomía, cuya “presidenta” a la que llaman “la princesa”,  pretende por unos días convertir en la capital de la cultura. Los chefs de cocina se han hecho con el monopolio cultural de la isla, desmedidamente reconocidos y venerados. Es esta la razón que mueve a la “princesa” a organizar un evento en el que dar entrada a otras manifestaciones creativas.
La erupción de un volcán y la inmovilización de los congresistas, es el desencadenante argumental a partir del cual surgen una entretenida colección  de historias diversas que cada personaje relata, y que nos recuerda la estructura de Los cuentos de Canterbury (G. Chaucer) y el Decamerón (Bocaccio).
Fernando Savater, en sus declaraciones a diversos medios de comunicación, después de hacerse público el fallo del premio de su última novela, explica que solo intenta divertir al lector, no darle lecciones. Es aclaratoria la  respuesta que da en la entrevista de Julieta Grosso para ZL (Zona Literatura): a la pregunta de si escribir una novela supone una actitud más relajada, para el escritor, que escribir un ensayo, dado que no ha de fundamentar sus ideas,  Savater deslinda la tarea de la filosofía y la tarea de la literatura. Dice así:
Las ideas, opiniones y exabruptos que profieren los personajes ya corren por cuenta de ellos… y eso ya es todo un alivio. La literatura me permite exponer ideas incluso contrarias a las mías y efectivamente todo esto produce una satisfacción y a la vez una inquietud diferente a la del ensayo. La literatura busca una verdad propia que no es la verdad de los hechos ni un simple documento de la realidad. No se espera de ella que tenga correlato en una verdad en el sentido objetivo del término sino verosímil en el sentido literario. La tarea de la filosofía, en cambio, es desvelar y analizar verdades —sea del conocimiento, la ciencia o la metafísica— o declarar, incluso, que la verdad es inalcanzable. La filosofía tiene un entusiasmo juvenil por alcanzar el sentido de las cosas y del mundo que los años quizá van matizando hasta otorgarles a esas pretensiones un toque de ironía. La ficción pues parece una forma de trasladar de ideas sin necesidad de atenerse a esa exigencia juvenil de la filosofía.”

Si te interesa saber qué libro y por qué razón es el favorito de Fernando Savater, puedes seguir este vínculo del vídeo en el que lo explica

martes, 9 de abril de 2013

José Luis Sampedro. Recordatorio

¿Qué quiero retener en mi memoria de José Luis Sampedro? Su faceta de novelista, y sin duda, La sonrisa etrusca, publicada en 1985.
Relata por una parte una tierna relación entre un viejo que se deleita paladeando un instante de éxtasis, mientras "contempla una carita aún no surcada por los afanes y los días", respira "su olor lácteo y frutal" y acoge "la elástica firmeza de su cuerpecito", el del niño con quien "flotar juntos en la noche transfigurada". Así describe el escritor este instante inmortal, en una novela que fue incluida en la selección de las cien novelas de lectura imprescindible.
Son dos amores los que conviven en ella: el del viejo tosco que descubre su ternura ante la presencia de un frágil bebé, su nieto, y el del hombre en su amor de madurez. El eterno tema del amor, recreado a partir de la observación de la sonrisa que le sugiere "El sarcófago de los esposos", un sarcófago etrusco del S.VI a.c., en terracota pintada, que representa una matrimonio reclinado en un banquete, preparados para pasar al más allá, y que se expone en el Museo Nacional Etrusco de Villa Giulia, en Roma.
La relación de su último amor de madurez se retrata de manera conmovedora, casi al final de la novela, en este magnífico fragmento:
"Se recrea en ser mirado desde arriba como ahora, lo que no le gustó nunca. Saborea ese rostro sobre el suyo, ese torso dominándole, por cuyo escote abierto asoma la curva de un pecho grávido, venciéndose hacia él.
Lo contempla fascinado. Y esto sí que lo había pensado siempre: "¿Qué poder tiene la carne de mujer? Redonda y blanca como la luna, que dicen que levanta el mar."
- ¿Qué poder tiene la carne de mujer? -han sonado esas palabras. Las ha pronunciado en voz alta sin darse cuenta.
- El mismo que la de hombre -susurra ella, encendida, sintiendo la mano que moldea suavemente su pecho y oyendo el suspiro profundísimo.
Silencio de nuevo, sí, ¡pero cómo habla el tacto!
Y una lamentación. La misma, la única:
-¿No te da pena tener en tu cama solo una carne muerta?
-¿Muerta? -protesta esa ternura absoluta-. ¡Vive! ¿Es que esa carne no está sintiendo mi caricia? ... ¡Qué vello el de tu pecho, qué rizos ásperos, cómo se enredan y se demoran mis dedos!... Y debajo tu corazón, tu corazón que habla, que me grita: ¡Estoy vivo!
Un silencio aún mayor, más alto, envolviendo los ecos de las voces, las delicadas presiones, los amorosos reconocimientos.  En la cúspide, una dolorida queja viril:
- ¡Cuánto daría porque supieras cómo fui yo en estos lances! ¡Si pudiera!...
La mano femenina deja ese pecho rizoso y un dedo firme sella los labios demasiado exigentes.
- Calla. No pidas más a la vida.
Y repite, ocultando su repentina angustia:
- No pidas más... ¡Que no se rompa!
Cierto, dejarlo así, saber gozar así. Ella sigue reclinada sobre el codo. "La dama etrusca", recuerda el hombre. Pero no sobre un sarcófago. La cama es un océano tranquilo donde se vive la pleamar de los amantes. ¡Alta libertad de entregarse! Al hombre ya no le encadena la sombra de Dunka, ni siquiera -gracias a Hortensia- el dolor de lo perdido en las últimas dentelladas de la Rusca. Sereno ante la puerta que pronto traspasará, porque ya sabe vencer al destino. Atrincherándose en lo indestructible: el momento presente... Viviendo el ahora en todo su abismo.
Ella, mientras tanto, sabiendo lo que sabe, siente derramársele hacia dentro, anegándole el pecho, unas lágrimas por él, por ella misma. Le gustaría cogerle otra vez en brazos, ser aquella Pietá en la luna del espejo -¡pesa ya tan poco su Brunettino-- ... Pero él sospecharía.
Se reprime y se refugia también en el puro instante. "¡Que no se rompa!", reza.  

Desde la lectura de esta historia humana universal te despido con un  "HASTA SIEMPRE", hombre de palabras que germinan.