jueves, 7 de julio de 2022

ESPERPENTOS DIARIOS 33. Bípedos amargados

Anuncia TV que nos sorprende descubrir el verano, cuando leo un libro de un tirón, cuando el bañador es mi uniforme, cuando dudo entre ponerme la crema primero o después del baño, cuando me cuestiono ¿hoy es miércoles? Yo añadiría, es verano cuando frecuento las exclusivas colas de hombres, a la puerta de un establecimiento de riegos, piscinas o similar. Yo me entretengo mirándoles el culo, algunos muy bien puesto, otros apenas sin trasero, y muchos con las piernas apretadas y aprisionando horribles bermudas que se fruncen entre sus nalgas. Sobresalen sus caderas, los bolsillos repletos de objetos (el móvil, las llaves del coche, la cartera y vete a saber qué más). Sus manos aferradas a una tubería, una gran tuerca o un grifo oxidado. Sin entrar en más detalles, podemos considerarlo el conjunto más antiestético que se puede ver en verano.

Cuando consigo llegar a la primera en la fila, me toca la mejor parte. El vendedor me mira con superioridad machista y me dice “seguro que está poniendo la goma mal y por eso se sale el agua”, le digo “no, ya he probado cambiando la goma por una nueva y colocándola del derecho y del revés. ¿Usted cree que hay que hacer un máster para colocar una goma en una tapa que tiene un surco marcado a tal efecto?”. ¿Hacer qué?  -me contesta airado- ¿qué quiere usted hacer?, tenga una goma nueva (6’50 € que gasto en balde porque ya tengo dos gomas nuevas en casa), exclama con fingida superioridad y póngala, seguro que termina con esa fuga de agua. Cierro la boca porque estoy a punto de darle un puñetazo en la nariz a ese viejo machista y guapetón, consciente de su atractivo. Vuelvo a casa a poner la puta goma y, efectivamente, sigue saliendo agua. Regreso a la cola de los culos apretados y cuando me toca el segundo encuentro con el vendedor le pido, sin dejarle hablar, que me envíe un técnico de piscinas. Me apunta en una lista, es sábado y, con estudiada prepotencia me dice que “el chico” podrá a final de la próxima semana o, o, o, no sabe cuándo. No sé si reír o llorar. Aún quedan ridículos hombres de este calibre, algunos son rurales de características propias, otros urbanos detestables. Todos ellos, insoportables.

El lunes busco otro establecimiento, esta vez con vendedores amables, solícitos y que no me consideran una mujer tonta de remate, pero la cola de hombres de culo apretado se repite allí también. Ese mismo día, a las 4 de la tarde tenía un técnico de piscinas en mi casa. Problema felizmente resuelto. Llamo al espécimen del sábado para que me borre de esa enorme lista de espera y me llevo un buen rapapolvo. Dice que nunca me dijo que mandaría “al chico a final de semana…”, me dejó por mentirosa, siempre intentando flotar en su mierda de vida por encima de, en este caso, una mujer educada que no se le enfrentó, en un acto de cobardía. 

Mi amigo Carlos dice que no es específico de determinados hombres ese comportamiento, sino también de algunas mujeres. Vale, pero yo solo relato mi relación pasajera con lo que él califica de “bípedos autopropulsados amargados”, que extienden su amargura a todo aquel que se les acerca. Indudablemente, tiene razón.