domingo, 19 de octubre de 2014

Calle de las Tiendas Oscuras. Patrick Modiano.

Trampas de la memoria
Rue des boutiques obscures (1978), traducida al español primero como La calle de las bodegas oscuras (1980, Monte Ávila) y después editada por Anagrama en 2009 con el título actual. Obtuvo el Premio Goncourt (1978)
Su autor, Patrick Modiano, acaba de recibir el Premio Nobel en Literatura por haber dibujado “el más imperceptible destino del ser humano y desvelado el mundo de la ocupación” alemana en Francia, según el jurado de la Academia sueca.
París, donde discurre la trama, es un personaje interpretado desde la percepción e interiorización de los recuerdos del protagonista, es un París totalmente interior, soñado y en ningún caso nostálgico. “…bajo los árboles del muelle, me dio la desagradable impresión de que estaba soñando. Ya había vivido mi vida y no era sino un fantasma que flotaba en el aire tibio de un sábado por la noche” (p. 36)
La llave que articula todos los capítulos de la novela es la investigación que el protagonista lleva a cabo con el objetivo de recuperar su propio pasado, la memoria que la amnesia ha ocultado desde que cruzó la frontera de Suiza, huyendo de la ocupación nazi en Francia, a mediados de los 60. La memoria es uno de los temas recurrentes en las novelas de Modiano, quien cree que la memoria puede reconstruir nuestros recuerdos. Sin embargo es obvio que la memoria tiende trampas y no siempre trae al presente los hechos, evocados de manera objetiva. Por ello Modiano intenta reconstruir el pasado de su protagonista a través de la huella que su paso ha dejado sobre los hechos y las personas con quienes compartió experiencias vitales:
Al fin y al cabo, si nos fuera concedida la posibilidad de recordar todo aquello que hemos olvidado, ¿es tan seguro que aceptar fuera la opción más conveniente? Los buenos momentos olvidados que podríamos revivir, ¿compensarían aquellos olvidos que por nada del mundo quisiéramos recordar? ¿Estaríamos tan seguros de la integridad del ovillo como para tirar despreocupadamente del hilo?”
Tal vez se podría caer en la tesitura de inventar un pasado y no reconstruir el auténtico.
Sin pasado, sin nombre, sin memoria, Guy Roland, ya jubilado, que padece de amnesia, inicia un camino en busca de su identidad. “No soy nada –exclama- Solo una silueta clara” (p. 6).  Y en esta búsqueda reflexiona sobre aquella gente que surge de la nada y regresa a ella, sin apenas consistencia, como “un vapor que nunca habrá de condensarse” (p. 39); reflexiona sobre esas figuras que siempre aparecen en las fotos de playas, que nadie sabe de quienes se trata, después desaparecen y nadie los echa en falta.
El poder de la memoria y la búsqueda de la identidad son los pilares de esta novela en la que surgen referencias a la Segunda Guerra Mundial. Sus personajes están dotados de gran fuerza porque son verosímiles. Guy Roland va recuperando fragmentos del pasado, caras y situaciones incompletas, “retazos, briznas de cosas que volvían de repente”, que no acaban de completar el puzle. Nunca hay piezas suficientes para reconstruir. Cuando parece que el protagonista va bien encaminado, quiere regresar al comienzo, a la calle de las Tiendas Oscuras, 2 (Roma).
El lector debe implicarse en la historia para encajar las piezas, separando realidad de alucinación, porque el protagonista siente constantemente la impresión de estar soñando, de ser un fantasma en busca de una sombra, siente un desamparo que le inclina a buscar calor en su pasado. 
Describe con precisión y realismo los edificios y calles de París, “al fondo de todo, una edificación alargada, de ladrillo y piedra, de estilo Luis XIII”, y proyecta el efecto que le producen, “me embargó una sensación de desconsuelo” (p.49). El mismo detallismo objetivo se da en los datos objetivos recogidos en fichas y la información recibida en postales y cartas, acerca de las personas que investiga. Son capítulos muy breves que el lector debe asimilar, con cierto esfuerzo, y encajar en la historia, para llegar a la conclusión de la búsqueda, a la par que el protagonista, porque “En la vida lo que cuenta no es el porvenir sino el pasado” (p. 109)