viernes, 18 de diciembre de 2020

Las prohibiciones. novela de José Alcolea. RESEÑA

 

  

Las prohibiciones es el título de la segunda novela de José Alcolea, que ya nos anunciaba en la última línea de la primera, El pueblo de las cabras: “Pero esa -leíamos- será ya otra historia”. Del mismo modo, anuncia la próxima, en la última línea de esta, “Aunque esa -leemos- es ya otra historia

Ambas novelas se pueden inscribir en el moderno movimiento denominado “narrativa rural” por unos, “neorruralismo” por otros. Este movimiento fue recuperado con Intemperie de Jesús Carrasco (2013), cuando desde la década de los 80, el protagonista había sido el espacio urbano, que postergaba novelas como La familia de Pascual Duarte (Cela), Las ratas (Delibes) y más tarde escritores como Llamazares o Luis Mateo Díez que habían mostrado su preferencia por este territorio rural. Las novelas de José Alcolea se inscriben en esta tendencia, vuelven a lo rural, no solo porque enmarcan sus historias en dicho espacio sino porque sus personajes buscan sus raíces en el ámbito rural, su identidad. Además, muestra la importante influencia de la familia, de la que se hace una especie de crónica, se profundiza la relación hombre-naturaleza, se describen rasgos de los personajes propios de ese entorno rural, como la disputa por la posesión de la tierra y de las lindes, y hay un simbolismo, como la presencia de las cabras, que en el entorno urbano no sería posible.

Los personajes, Óliver y Nora Cuchillo, -uno homosexual, otro trans-, padre e hija vietnamita adoptada, especialmente protagonistas de esta novela, son descendientes de los personajes que aparecían en El pueblo de las cabras y de los que constantemente hay referencias en Las prohibiciones. Regresan al pueblo, en una vuelta a sus orígenes, en una búsqueda simbólica de esas raíces familiares. El peso del pasado condiciona las acciones de los personajes, están atados al pasado que no conocen y que necesitan articular para saber quienes son. “Nuestro presente se teje con los hilos de todo lo que hemos vivido y no somos sino edificios construidos sobre los cimientos de la infancia. Y esa estructura es a menudo frágil” (p216). Las reflexiones de los personajes son frecuentes.

Comienza la novela con un enigmático prólogo que el lector no acaba de comprender en una primera lectura, prólogo que presenta, sin nombres, a la mujer sin párpados, a la muchacha de ojos oblicuos, al hombre sin miedo, al hombre que apesta a culpa y a las cabras expectantes que “enmarañarían” los sueños del protagonista para que no encontrase sosiego. Este prólogo resulta difícil de comprender porque contiene el extracto de toda la novela, da claves, pero no se pueden captar hasta concluir la lectura de la última página. Es al final, cuando hay que volver al principio y releerlo.

En el prólogo comienza la simbología de las cabras, personajes clave en la historia que ya conocemos de la primera novela de José Alcolea. Se demora en su caracterización: están replegadas tras las cercas, esperan pacientes poder acercarse y apoderarse del pueblo, observan las actividades de los habitantes del lugar y se alimentan del miedo y de la culpa de ellos, sedientas de memoria, conocedoras de todos los secretos, etc. 

En principio no sabemos exactamente qué simbolizan, aunque el autor va dejando desperdigadas sus claves: por ej. en la cárcel, Nora es visitada por su abuela, ambas miran a las cabras tras las rejas y la abuela dice” Pronto serás una de ellas” (p. 122). Ellas y los difuntos familiares que se aparecen e incluso transmiten mensajes, forman parte de la fantasía, de la realidad mágica de esta ficción. 

La novela se cierra con un epílogo, enigmático como el prólogo, y con un inesperado y sorprendente desenlace que vosotros descubriréis.

Entre ambos, escritos en 3ª persona por una voz omnisciente, es interesante el uso de las voces narrativas, en 1ª persona, que se van alternando y desde su presente recorren el pasado, recuerdos, sentimientos, relaciones, etc. y lo hacen con pasión, porque dice Nora “sin pasión no hay historia

Una de ellas es una carta que Nora Cuchillo escribe a su padre, desde su celda de la cárcel, donde ha entrado en el año 2041, porque ha matado a un hombre, según confiesa al comienzo, e impacta la violencia de ese lenguaje duro y directo, que utiliza (incluso el apellido “Cuchillo” es violento): “Cierro los ojos y me excito al recordar su mirada por un segundo asombrada, de absoluto pánico enseguida, inerme poco después. Me estimula el recuerdo de su sangre espesa salpicando mi propio cuerpo, más densa de lo que hubiese imaginado y de textura casi untuosa. No percibí el hedor al principio, mientras cercenaba su garganta. Llegó con su presencia casi sólida, poco después de que el cuchillo bajase, rasgando su pecho de forma superficial hasta hincarse en su barriga flácida y grasienta. Al atravesar la pared abdominal, inundó mis fosas nasales. Era, más que metálico, casi salobre y se volvía una tufarada repugnante al mezclarse con el contenido de las tripas. Esa pestilencia animal a sangre y mierda fue lo último que él olió.” (pp. 21-22)

A partir de ese momento su relato es retrospectivo. Amplía y enriquece la voz epistolar, incluyendo en sus recuerdos, diálogos que representan la escena que recuerda.

La otra es el diario de Óliver Cuchillo, que comienza en diciembre de 2019, cuando Nora está a punto de cumplir 4 años, y la última fecha en que escribe es 2039.  No es un diario convencional porque escribe de vez en cuando, a veces una sola anotación en un año, e incluso deja pasar seis años entre una y otra.

Ambas voces narrativas se van turnando y a veces solapan los recuerdos. Esto, en ocasiones, dificulta al lector la cronología de los hechos recordados. Estas voces se agrupan en la novela en tres bloques: El primero es muy claro, cronológicamente hablando, porque el título de cada capítulo lleva el nombre de quien narra y en el diario de Óliver incluye también la fecha. La segunda parte, más corta tiene solo la voz narrativa de Óliver, que decide no poner fecha a sus anotaciones en el diario, sino títulos que hacen referencia al contenido. Hay un cambio aparente en la narración, pero la voz narrativa sigue siendo la misma.La tercera parte, más breve aún, corre a cuenta de Nora, que termina su carta fechada en el año 2041 (Nora debe tener unos 24 años).

A la dificultad técnica, podemos añadir los conflictos de los personajes y sus cambios, que no voy a descubrir y que, en ocasiones, confunden al lector. Sus personajes son víctimas de los conflictos del entorno que sin duda les afectan. Son personajes de vida difícil por su condición sexual y por sus relaciones familiares y sociales que perturban su vida. Sentimientos como miedo, violencia, soledad, dolor, humillación, crueldad, indefensión, acompañan sus recuerdos. Hay una anécdota, una de tantas, descrita de modo impresionante: Óliver, niño de cinco años, mira a través del cristal de un escaparate de dulces y mira y piensa. Recibe una gran bofetada: “Escuché el pitido antes de saber qué lo provocaba. Aquel chiflido agudo inundó mi cabeza y el golpe me tiró al suelo. Noté que mi padre me estiraba del brazo con fuerza para que me pusiese de pie, y al hacerlo, mareado, la cara empezó a arder en el lugar donde él me había golpeado. Además del labio, la nariz me san­graba, seguramente por el impacto contra el suelo, y el ojo me latía. Vuelvo a escuchar el sonido seco del cráneo contra el pavimento y siento de nuevo el mismo escalofrío.” (pp. 49-50)

La causa de la bofetada es que el niño ha dejado las huellas de sus manos en el cristal.

José Alcolea obviamente maneja el lenguaje con maestría y lo controla para evitar excesiva violencia e incluso, en ocasiones le da un aire poético como ocurre en la metáfora “La infancia es un cuchillo clavado en la garganta”, que es el título del primer capítulo de la 2ª parte. Esta metáfora es una imagen muy potente, presente en una de las citas al comienzo de la novela y realmente resume toda la existencia del personaje Óliver Cuchillo, cuyo apellido es asimismo muy potente también. Su autor, Wajdi Mouawad (libano-canadiense), la pone en boca de la protagonista de su obra dramática “Incendios”, que la deja escrita en su testamento para sus hijos.  Ese cuchillo clavado en la garganta produce una letal herida que no cicatriza con facilidad y que lleva al lector al fondo de las emociones escondidas de Óliver y Nora. Es la historia de un viaje interior para reconocer sus miedos.

Junto a ese viaje está el tema de la memoria que es el punto de partida para entender su presente, indagando y reconociendo su pasado, hacia su infancia y hacia la generación anterior, en ocasiones de manera apasionada y rabiosa. Sus personajes son interesantes porque todos tienen herida, por una u otra causa. No se libra ninguno.

Otro elemento poético, con el que el autor caracteriza a los personajes es el olor, olor físico y olor conceptual. Olor a jabón de losa, “agua, pringue y sosa cáustica” de la tía Luisa (p. 132).  El intenso aroma terroso de la madre, “olor a larvas y a gusanos hambrientos” (p. 145) que le transmite la sensación de que todo va a ir bien y nada malo puede ocurrirle. El perfume de su padre “olor a ginebra” que le provocaba nauseas (p. 175), su peste a “whisky barato y cobardía” y el miedo a los golpes y patadas que precedía.  Y el “olor del miedo” (p. 157) que percibe Nora, del difunto que se presenta a los pies de su cama, nuevo e inquietante. Y “el pueblo apesta a raíz podrida” (p. 147). Y el olor llega incluso en los sueños.

El amor es otra de las líneas temáticas que atraviesan la novela desde el principio hasta el final. El autor va construyendo su idea del mismo, en boca de los personajes, según sus negativas experiencias: “No hay amor sin sufrimiento” (Óliver, p. 66). “El amor acostumbra a irrumpir en nuestras vidas sin que se le espere. Es, tal vez, lo más imprevisible junto a la muerte. Nunca estamos preparados cuando cualquiera de ellos llega” (Óliver, p. 95). “El amor es una gran manta que tapa y asfixia todo lo que encuentra, y en esa asfixia aniquila toda brizna de entendimiento” (Óliver, p. 125). “el amor no tiene puertas ni se pue­de contener (tía Críspula, p. 201)

Me gustaría hacer una reflexión sobre el morbo de algunos lectores, que siempre buscan en el personaje, el eco del autor. Esa regla no es directa, aunque algo se cuela siempre, pero poco importa cuando es un texto de ficción y el escritor puede inventar e imaginar todo lo que se le ocurra. Más que en los hechos y en las anécdotas que narra, lo podemos encontrar entre líneas, cuando se lanza a escribir un párrafo en apariencia blanco y se le cuela un término (p. 138) que no está en el Diccionario de la RAE y que, supongo, no todos conocen. El pueblo de las cabras espera la llegada de la “mochufa del verano, a habitar esta aldea con sus gritos, tan distintos en tonos y motivos de los que habitaron en los años del hambre” (p. 138). Es una palabra que el escritor ha incorporado consciente o inconscientemente a su acervo lingüístico.

La palabra “mochufa” es una palabra inventada por Santiago Lorenzo en su novela (Los asquerosos, 2019), a la que dedica un buen número de páginas (unas 60). Es el apodo que pone a: la gente que solo consume telebasura, gente debilitada que va a los pueblos y enseguida se aburre porque le faltan las relaciones sociales, una “subespecie humana”, capaz de basar su vida en frases hechas,  que consideran que la semana es un castigo, que se acerca al premio que es el viernes, porque eso significa que tu esperas que tu vida consista en quemar etapas, acostumbran a hablar gritando y se cuelan en todas las colas que pueden, se hacen selfies en todos los lugares a los que van, arrojan al suelo todos los envases y plásticos de lo que consumen, etc.

Ese es José Alcolea en su retiro de Ituero, observando la llegada de los ruidosos e incómodos veraneantes, y también es él cuando nos ofrece su experiencia de maestro, claro.

Relacionamos con esto, otro punto de vista: advertimos en la novela una ficción distópica, un futuro especulativo que representa una posible e hipotética realidad inmediata y su entorno, que chocan con el espíritu del personaje, Óliver. Es una metáfora de las consecuencias de que el ser humano tome un camino u otro y a qué futuro posible se puede llegar. En este caso la consecuencia es una sociedad ficticia indeseable, fruto de la ascensión al poder del Partido de las Prohibiciones, un cataclismo que “aquel partido acabase teniendo una repercusión que nadie parecía haber imaginado”, un partido cuyo objetivo era anular al diferente (mujeres, homosexuales, inmigrantes). Es el momento de hacer referencia al título de la novela.  

La palabra “prohibiciones” está presente constantemente en toda la novela, repetida hasta la saciedad. Son las prohibiciones con las que las relaciones familiares perturban la intimidad de los personajes (el padre de Óliver lo machaca desde niño), las prohibiciones sociales que recaen sobre su libertad pública (Nora y Óliver callan para escapar de la incomprensión y el odio a lo diferente, “aplastados por las prohibiciones” que “asfixiarían sus sueños”) y las prohibiciones políticas que abiertamente impone el denominado “Partido de las Prohibiciones” en todos los aspectos de la vida: “este país de mierda que tanto te gusta a ti, Óscar, en el que ya todo está prohibido” (171)-exclama Óliver, que sufrirá los efectos de esta represión. En ese ambiente, los secretos son enterrados por el miedo dominante y sus efectos trastocan la vida de los personajes.

Concluyo con la llamada de atención sobre la ilustración de la portada, “inquietante”, como califica el propio autor a su novela, rodeada de un suave tono rosa.