jueves, 7 de julio de 2022

ESPERPENTOS DIARIOS 33. Bípedos amargados

Anuncia TV que nos sorprende descubrir el verano, cuando leo un libro de un tirón, cuando el bañador es mi uniforme, cuando dudo entre ponerme la crema primero o después del baño, cuando me cuestiono ¿hoy es miércoles? Yo añadiría, es verano cuando frecuento las exclusivas colas de hombres, a la puerta de un establecimiento de riegos, piscinas o similar. Yo me entretengo mirándoles el culo, algunos muy bien puesto, otros apenas sin trasero, y muchos con las piernas apretadas y aprisionando horribles bermudas que se fruncen entre sus nalgas. Sobresalen sus caderas, los bolsillos repletos de objetos (el móvil, las llaves del coche, la cartera y vete a saber qué más). Sus manos aferradas a una tubería, una gran tuerca o un grifo oxidado. Sin entrar en más detalles, podemos considerarlo el conjunto más antiestético que se puede ver en verano.

Cuando consigo llegar a la primera en la fila, me toca la mejor parte. El vendedor me mira con superioridad machista y me dice “seguro que está poniendo la goma mal y por eso se sale el agua”, le digo “no, ya he probado cambiando la goma por una nueva y colocándola del derecho y del revés. ¿Usted cree que hay que hacer un máster para colocar una goma en una tapa que tiene un surco marcado a tal efecto?”. ¿Hacer qué?  -me contesta airado- ¿qué quiere usted hacer?, tenga una goma nueva (6’50 € que gasto en balde porque ya tengo dos gomas nuevas en casa), exclama con fingida superioridad y póngala, seguro que termina con esa fuga de agua. Cierro la boca porque estoy a punto de darle un puñetazo en la nariz a ese viejo machista y guapetón, consciente de su atractivo. Vuelvo a casa a poner la puta goma y, efectivamente, sigue saliendo agua. Regreso a la cola de los culos apretados y cuando me toca el segundo encuentro con el vendedor le pido, sin dejarle hablar, que me envíe un técnico de piscinas. Me apunta en una lista, es sábado y, con estudiada prepotencia me dice que “el chico” podrá a final de la próxima semana o, o, o, no sabe cuándo. No sé si reír o llorar. Aún quedan ridículos hombres de este calibre, algunos son rurales de características propias, otros urbanos detestables. Todos ellos, insoportables.

El lunes busco otro establecimiento, esta vez con vendedores amables, solícitos y que no me consideran una mujer tonta de remate, pero la cola de hombres de culo apretado se repite allí también. Ese mismo día, a las 4 de la tarde tenía un técnico de piscinas en mi casa. Problema felizmente resuelto. Llamo al espécimen del sábado para que me borre de esa enorme lista de espera y me llevo un buen rapapolvo. Dice que nunca me dijo que mandaría “al chico a final de semana…”, me dejó por mentirosa, siempre intentando flotar en su mierda de vida por encima de, en este caso, una mujer educada que no se le enfrentó, en un acto de cobardía. 

Mi amigo Carlos dice que no es específico de determinados hombres ese comportamiento, sino también de algunas mujeres. Vale, pero yo solo relato mi relación pasajera con lo que él califica de “bípedos autopropulsados amargados”, que extienden su amargura a todo aquel que se les acerca. Indudablemente, tiene razón.

viernes, 18 de diciembre de 2020

Las prohibiciones. novela de José Alcolea. RESEÑA

 

  

Las prohibiciones es el título de la segunda novela de José Alcolea, que ya nos anunciaba en la última línea de la primera, El pueblo de las cabras: “Pero esa -leíamos- será ya otra historia”. Del mismo modo, anuncia la próxima, en la última línea de esta, “Aunque esa -leemos- es ya otra historia

Ambas novelas se pueden inscribir en el moderno movimiento denominado “narrativa rural” por unos, “neorruralismo” por otros. Este movimiento fue recuperado con Intemperie de Jesús Carrasco (2013), cuando desde la década de los 80, el protagonista había sido el espacio urbano, que postergaba novelas como La familia de Pascual Duarte (Cela), Las ratas (Delibes) y más tarde escritores como Llamazares o Luis Mateo Díez que habían mostrado su preferencia por este territorio rural. Las novelas de José Alcolea se inscriben en esta tendencia, vuelven a lo rural, no solo porque enmarcan sus historias en dicho espacio sino porque sus personajes buscan sus raíces en el ámbito rural, su identidad. Además, muestra la importante influencia de la familia, de la que se hace una especie de crónica, se profundiza la relación hombre-naturaleza, se describen rasgos de los personajes propios de ese entorno rural, como la disputa por la posesión de la tierra y de las lindes, y hay un simbolismo, como la presencia de las cabras, que en el entorno urbano no sería posible.

Los personajes, Óliver y Nora Cuchillo, -uno homosexual, otro trans-, padre e hija vietnamita adoptada, especialmente protagonistas de esta novela, son descendientes de los personajes que aparecían en El pueblo de las cabras y de los que constantemente hay referencias en Las prohibiciones. Regresan al pueblo, en una vuelta a sus orígenes, en una búsqueda simbólica de esas raíces familiares. El peso del pasado condiciona las acciones de los personajes, están atados al pasado que no conocen y que necesitan articular para saber quienes son. “Nuestro presente se teje con los hilos de todo lo que hemos vivido y no somos sino edificios construidos sobre los cimientos de la infancia. Y esa estructura es a menudo frágil” (p216). Las reflexiones de los personajes son frecuentes.

Comienza la novela con un enigmático prólogo que el lector no acaba de comprender en una primera lectura, prólogo que presenta, sin nombres, a la mujer sin párpados, a la muchacha de ojos oblicuos, al hombre sin miedo, al hombre que apesta a culpa y a las cabras expectantes que “enmarañarían” los sueños del protagonista para que no encontrase sosiego. Este prólogo resulta difícil de comprender porque contiene el extracto de toda la novela, da claves, pero no se pueden captar hasta concluir la lectura de la última página. Es al final, cuando hay que volver al principio y releerlo.

En el prólogo comienza la simbología de las cabras, personajes clave en la historia que ya conocemos de la primera novela de José Alcolea. Se demora en su caracterización: están replegadas tras las cercas, esperan pacientes poder acercarse y apoderarse del pueblo, observan las actividades de los habitantes del lugar y se alimentan del miedo y de la culpa de ellos, sedientas de memoria, conocedoras de todos los secretos, etc. 

En principio no sabemos exactamente qué simbolizan, aunque el autor va dejando desperdigadas sus claves: por ej. en la cárcel, Nora es visitada por su abuela, ambas miran a las cabras tras las rejas y la abuela dice” Pronto serás una de ellas” (p. 122). Ellas y los difuntos familiares que se aparecen e incluso transmiten mensajes, forman parte de la fantasía, de la realidad mágica de esta ficción. 

La novela se cierra con un epílogo, enigmático como el prólogo, y con un inesperado y sorprendente desenlace que vosotros descubriréis.

Entre ambos, escritos en 3ª persona por una voz omnisciente, es interesante el uso de las voces narrativas, en 1ª persona, que se van alternando y desde su presente recorren el pasado, recuerdos, sentimientos, relaciones, etc. y lo hacen con pasión, porque dice Nora “sin pasión no hay historia

Una de ellas es una carta que Nora Cuchillo escribe a su padre, desde su celda de la cárcel, donde ha entrado en el año 2041, porque ha matado a un hombre, según confiesa al comienzo, e impacta la violencia de ese lenguaje duro y directo, que utiliza (incluso el apellido “Cuchillo” es violento): “Cierro los ojos y me excito al recordar su mirada por un segundo asombrada, de absoluto pánico enseguida, inerme poco después. Me estimula el recuerdo de su sangre espesa salpicando mi propio cuerpo, más densa de lo que hubiese imaginado y de textura casi untuosa. No percibí el hedor al principio, mientras cercenaba su garganta. Llegó con su presencia casi sólida, poco después de que el cuchillo bajase, rasgando su pecho de forma superficial hasta hincarse en su barriga flácida y grasienta. Al atravesar la pared abdominal, inundó mis fosas nasales. Era, más que metálico, casi salobre y se volvía una tufarada repugnante al mezclarse con el contenido de las tripas. Esa pestilencia animal a sangre y mierda fue lo último que él olió.” (pp. 21-22)

A partir de ese momento su relato es retrospectivo. Amplía y enriquece la voz epistolar, incluyendo en sus recuerdos, diálogos que representan la escena que recuerda.

La otra es el diario de Óliver Cuchillo, que comienza en diciembre de 2019, cuando Nora está a punto de cumplir 4 años, y la última fecha en que escribe es 2039.  No es un diario convencional porque escribe de vez en cuando, a veces una sola anotación en un año, e incluso deja pasar seis años entre una y otra.

Ambas voces narrativas se van turnando y a veces solapan los recuerdos. Esto, en ocasiones, dificulta al lector la cronología de los hechos recordados. Estas voces se agrupan en la novela en tres bloques: El primero es muy claro, cronológicamente hablando, porque el título de cada capítulo lleva el nombre de quien narra y en el diario de Óliver incluye también la fecha. La segunda parte, más corta tiene solo la voz narrativa de Óliver, que decide no poner fecha a sus anotaciones en el diario, sino títulos que hacen referencia al contenido. Hay un cambio aparente en la narración, pero la voz narrativa sigue siendo la misma.La tercera parte, más breve aún, corre a cuenta de Nora, que termina su carta fechada en el año 2041 (Nora debe tener unos 24 años).

A la dificultad técnica, podemos añadir los conflictos de los personajes y sus cambios, que no voy a descubrir y que, en ocasiones, confunden al lector. Sus personajes son víctimas de los conflictos del entorno que sin duda les afectan. Son personajes de vida difícil por su condición sexual y por sus relaciones familiares y sociales que perturban su vida. Sentimientos como miedo, violencia, soledad, dolor, humillación, crueldad, indefensión, acompañan sus recuerdos. Hay una anécdota, una de tantas, descrita de modo impresionante: Óliver, niño de cinco años, mira a través del cristal de un escaparate de dulces y mira y piensa. Recibe una gran bofetada: “Escuché el pitido antes de saber qué lo provocaba. Aquel chiflido agudo inundó mi cabeza y el golpe me tiró al suelo. Noté que mi padre me estiraba del brazo con fuerza para que me pusiese de pie, y al hacerlo, mareado, la cara empezó a arder en el lugar donde él me había golpeado. Además del labio, la nariz me san­graba, seguramente por el impacto contra el suelo, y el ojo me latía. Vuelvo a escuchar el sonido seco del cráneo contra el pavimento y siento de nuevo el mismo escalofrío.” (pp. 49-50)

La causa de la bofetada es que el niño ha dejado las huellas de sus manos en el cristal.

José Alcolea obviamente maneja el lenguaje con maestría y lo controla para evitar excesiva violencia e incluso, en ocasiones le da un aire poético como ocurre en la metáfora “La infancia es un cuchillo clavado en la garganta”, que es el título del primer capítulo de la 2ª parte. Esta metáfora es una imagen muy potente, presente en una de las citas al comienzo de la novela y realmente resume toda la existencia del personaje Óliver Cuchillo, cuyo apellido es asimismo muy potente también. Su autor, Wajdi Mouawad (libano-canadiense), la pone en boca de la protagonista de su obra dramática “Incendios”, que la deja escrita en su testamento para sus hijos.  Ese cuchillo clavado en la garganta produce una letal herida que no cicatriza con facilidad y que lleva al lector al fondo de las emociones escondidas de Óliver y Nora. Es la historia de un viaje interior para reconocer sus miedos.

Junto a ese viaje está el tema de la memoria que es el punto de partida para entender su presente, indagando y reconociendo su pasado, hacia su infancia y hacia la generación anterior, en ocasiones de manera apasionada y rabiosa. Sus personajes son interesantes porque todos tienen herida, por una u otra causa. No se libra ninguno.

Otro elemento poético, con el que el autor caracteriza a los personajes es el olor, olor físico y olor conceptual. Olor a jabón de losa, “agua, pringue y sosa cáustica” de la tía Luisa (p. 132).  El intenso aroma terroso de la madre, “olor a larvas y a gusanos hambrientos” (p. 145) que le transmite la sensación de que todo va a ir bien y nada malo puede ocurrirle. El perfume de su padre “olor a ginebra” que le provocaba nauseas (p. 175), su peste a “whisky barato y cobardía” y el miedo a los golpes y patadas que precedía.  Y el “olor del miedo” (p. 157) que percibe Nora, del difunto que se presenta a los pies de su cama, nuevo e inquietante. Y “el pueblo apesta a raíz podrida” (p. 147). Y el olor llega incluso en los sueños.

El amor es otra de las líneas temáticas que atraviesan la novela desde el principio hasta el final. El autor va construyendo su idea del mismo, en boca de los personajes, según sus negativas experiencias: “No hay amor sin sufrimiento” (Óliver, p. 66). “El amor acostumbra a irrumpir en nuestras vidas sin que se le espere. Es, tal vez, lo más imprevisible junto a la muerte. Nunca estamos preparados cuando cualquiera de ellos llega” (Óliver, p. 95). “El amor es una gran manta que tapa y asfixia todo lo que encuentra, y en esa asfixia aniquila toda brizna de entendimiento” (Óliver, p. 125). “el amor no tiene puertas ni se pue­de contener (tía Críspula, p. 201)

Me gustaría hacer una reflexión sobre el morbo de algunos lectores, que siempre buscan en el personaje, el eco del autor. Esa regla no es directa, aunque algo se cuela siempre, pero poco importa cuando es un texto de ficción y el escritor puede inventar e imaginar todo lo que se le ocurra. Más que en los hechos y en las anécdotas que narra, lo podemos encontrar entre líneas, cuando se lanza a escribir un párrafo en apariencia blanco y se le cuela un término (p. 138) que no está en el Diccionario de la RAE y que, supongo, no todos conocen. El pueblo de las cabras espera la llegada de la “mochufa del verano, a habitar esta aldea con sus gritos, tan distintos en tonos y motivos de los que habitaron en los años del hambre” (p. 138). Es una palabra que el escritor ha incorporado consciente o inconscientemente a su acervo lingüístico.

La palabra “mochufa” es una palabra inventada por Santiago Lorenzo en su novela (Los asquerosos, 2019), a la que dedica un buen número de páginas (unas 60). Es el apodo que pone a: la gente que solo consume telebasura, gente debilitada que va a los pueblos y enseguida se aburre porque le faltan las relaciones sociales, una “subespecie humana”, capaz de basar su vida en frases hechas,  que consideran que la semana es un castigo, que se acerca al premio que es el viernes, porque eso significa que tu esperas que tu vida consista en quemar etapas, acostumbran a hablar gritando y se cuelan en todas las colas que pueden, se hacen selfies en todos los lugares a los que van, arrojan al suelo todos los envases y plásticos de lo que consumen, etc.

Ese es José Alcolea en su retiro de Ituero, observando la llegada de los ruidosos e incómodos veraneantes, y también es él cuando nos ofrece su experiencia de maestro, claro.

Relacionamos con esto, otro punto de vista: advertimos en la novela una ficción distópica, un futuro especulativo que representa una posible e hipotética realidad inmediata y su entorno, que chocan con el espíritu del personaje, Óliver. Es una metáfora de las consecuencias de que el ser humano tome un camino u otro y a qué futuro posible se puede llegar. En este caso la consecuencia es una sociedad ficticia indeseable, fruto de la ascensión al poder del Partido de las Prohibiciones, un cataclismo que “aquel partido acabase teniendo una repercusión que nadie parecía haber imaginado”, un partido cuyo objetivo era anular al diferente (mujeres, homosexuales, inmigrantes). Es el momento de hacer referencia al título de la novela.  

La palabra “prohibiciones” está presente constantemente en toda la novela, repetida hasta la saciedad. Son las prohibiciones con las que las relaciones familiares perturban la intimidad de los personajes (el padre de Óliver lo machaca desde niño), las prohibiciones sociales que recaen sobre su libertad pública (Nora y Óliver callan para escapar de la incomprensión y el odio a lo diferente, “aplastados por las prohibiciones” que “asfixiarían sus sueños”) y las prohibiciones políticas que abiertamente impone el denominado “Partido de las Prohibiciones” en todos los aspectos de la vida: “este país de mierda que tanto te gusta a ti, Óscar, en el que ya todo está prohibido” (171)-exclama Óliver, que sufrirá los efectos de esta represión. En ese ambiente, los secretos son enterrados por el miedo dominante y sus efectos trastocan la vida de los personajes.

Concluyo con la llamada de atención sobre la ilustración de la portada, “inquietante”, como califica el propio autor a su novela, rodeada de un suave tono rosa.

lunes, 28 de septiembre de 2020

Panza de burro, la primera novela de Andrea Abreu. RESEÑA

AFIRMAR QUE HAY FALTAS DE ORTOGRAFÍA ES QUEDARSE EN LA ORILLA DE LA NOVELA

Panza de burro, la primera novela de Andrea Abreu. Sevilla: editorial Barrett, junio de 2020.

Normalmente una buena crítica acerca al lector a un libro. Pero, a veces también es el resultado de leer una crítica negativa la que despierta el interés por conocer, de primera mano, lo cuestionado. 

Cuando en el diario El País (Peio H. Riaño, 15 agosto 2020) leí un titular que decía “La autora revelación que no tiene miedo a la RAE”, me extrañó porque no creo que sea miedo lo que despierta la RAE, nunca he leído amenazas por poner faltas de ortografía.

A continuación del titular decía la entradilla: “Es un libro sobre la infancia escrito como si fuera un juego, sin atender a las correcciones más básicas, las ortográficas. Algo así como el Verano azul de la generación Z¿Cómo -me preguntaba yo- un editor puede apostar por un libro con faltas de ortografía, una primera novela de una desconocida? No entendía nada y como si fuera una fruta prohibida, me interesé por su lectura.

Descubrí, con grata sorpresa, que no eran exactamente faltas de ortografía lo que cometía la escritora, sino que coincidían varias cuestiones. La primera es que hay un modo de caracterizar a un personaje a través del lenguaje. La narradora en una niña, de escasa cultura, canaria, de un barrio periférico y que utiliza la lengua oral y por tanto reproduce su fonética. Espontaneidad hay en esta caracterización. Es necesario leer algunas palabras con los oídos, en voz alta para comprender el sentido de la oralidad en güertajediondo, el juego de la guenboibeibibornsmésinye, voy a aserte caricias, ke… Se pierde alguna consonante en el cespeinventao, de verdá, se cierra la vocal en volcán, se enlazan palabras en miniña, pal, pafuerapabajo, se alarga la vocal para mostrar insistencia en valeee, se usa léxico específico como un fisquito namás, todo manchurriado, recorrían el camino en sisá. Algunos de esos términos se repiten tantas veces que el propio contexto aporta el significado.

(…) a la abuela de Isora le encantaba explicarnos a todas las niñas cosas sobre la gordura. O sobre la flacura, más bien. Para estar flaca hay que comer de un plato más pequeño, decía, (…) y lo que le voy a dar a esa niña es un rebencazo pa que deje de comer mierdas, y yo tengo a la niña a dieta porque ya se está poniendo cachorrona, y si la dejo se me desbarata(…) (pp. 30-31)

Solo hay página y media (pp. 79-81) donde podemos hablar literalmente de faltas de ortografía, por ser escrupulosos con el tema, pero esa incorrección es una caracterización más de los personajes que adolecen de falta de instrucción, apenas saben escribir. Escriben en una libreta las frases que oyen y no quieren olvidarlas: “kuando se pierde l amr n tu visión & n tu mente cambia todoOo”, “no s lo mismo hacer l sexo q t agan l amor”. Y observamos, de nuevo, el valor de la oralidad en estas frases. Igualmente ocurre en páginas que reproducen una conversación en Messenger (p.111-2). En ocasiones, cuando se quiere remarcar la intensidad de la voz, se escribe la frase con mayúsculas: AGARREN SUS PERTENENCIAS Y BOTENSEN PA LA MAR, SALVENSEN QUIEN PUEDA MISNIÑOS 158, o en un cartel, CUIDADO AY BENENO

Son cinco razones que sustentan su modo de hablar y que la retratan perfectamente. La propia escritora explica que Panza de burro no está escrito en canario, sino en canario de su pueblo, al que llama “chelismo”, que es el habla de su abuela Chela. Es pues, la diferencia entre lengua (normativa) y habla (uso). yo quería experimentar, tratar de plasmar el habla de mi barrio, la forma de escribir en el MSN que teníamos en aquella época, todo esa jerga y esa cultura kinki canaria de principios de los 2000”- comenta la autora.

La escritora experimenta con el lenguaje. Hay páginas (pp. 75-77) en las que no hay signos de puntuación, ni mayúsculas y repite palabras, en un monólogo obsesivo “comerme a isora

Incluso el título tiene que ver con la jerga canaria. La “panza de burro” es el nombre que se da a esas nubes bajas y grises que cubren el cielo del norte de Tenerife. “Era el día de Candelaria y hacía mucha calima. El cielo era todo nubes y tierra. Yo a veces pensaba que nosotros éramos los culpables de toda esa tierra flotando en el aire: la capa de nubes negras que taponaba el cielo no dejaba salir nuestras respiraciones y el aire se iba volviendo pesado hasta que empezábamos a ahogarnos” (p. 119)

Por lo demás, la novela cumple con los requisitos necesarios para ser interesante: hay un costumbrismo en el relato del modo de vivir de los personajes de ese barrio, sus costumbres en la comida, en las relaciones, sus amistades, su uso de los medios de comuniación (telenovelas como “Pasión de gavilanes”), con las redes sociales (Messenger), los prejuicios (mal de ojo), los juegos de moda (Pokemon) y todo aquello que puede interesar a una niña adolescente, en el entorno del año 2.000.

Es, además, una novela de iniciación, en la que las dos amigas descubren el sexo. La narradora es la única que no tiene nombre; su amiga Isora, a quien tiene idealizada y sigue todos sus pasos, la llama siempre chistando, “shiiiit”. Y no olvidemos algunas de las escenas potentes y duras, y el desenlace inesperado.

 

La edición de Panza de burro también es original. La sevillana editorial independiente Barrett ha creado una colección, “Editor/a por un libro” de la editorial Barrett, y en este caso ha sido la también periodista y escritora Sabina Urraca (San Sebastián, 1984)  que pasó su infancia en Canarias, la encargada de editar la novela de Andrea Abreu.

 

miércoles, 15 de julio de 2020

ESPERPENTOS DIARIOS. 32. Un virus anda suelto


Últimamente la gente se altera enseguida. Deben ser las colas que, bajo el sol, churruscan el cerebro. En una de ellas estoy esperando mi turno de entrada, Cuando llego al primer puesto, paso a la frutería, solo tres personas. Hay una señora resobando los melocotones, uno por uno, en una mano un guante, la otra sin guante, y obviamente los palpa con la segunda. Intento acercarme para que no toque los que yo me voy a llevar y con un leve empujón se cuela, entre las dos, una chica que resulta ser su hija. Enseguida se vuelve la madre como una hidra, “señora, respete la distancia”. La miro sin entender cómo me reprocha eso, la hija se calla al ver a su señora madre tan irritada y se aparta un poco, pero yo ya estoy embalada, no soporto la prepotencia injusta y con capa de mala educación, “usted tampoco la respeta, porque ya le ha echado un par de veces la mano al brazo del chico que repone la fruta”-le digo. Se vuelve indignada, “es mi primo, ¿sabe?”. “Pues” -pienso, pero no lo digo en voz alta- “tóquele a él los huevos y deje en paz los melocotones”.  Me doy media vuelta, cobarde, sin decir lo que pienso, y me voy sin comprar, dentro de un par de días volveré, cuando no quede fruta que esa señora haya resobado o cuando yo no lo vea.  
Salgo a la calle, enfadada y casi me choco con un chico tan presumido que tapa las incipientes arrugas de su cuello con una mascarilla, que ha dejado resbalar como por descuido o para evitar que sus orejas se despeguen un poco más de su cabeza. Le sienta bien, pero no tanto como a quienes la llevan en el codo, parte de la anatomía humana, por lo visto muy erótica, que reclama un sugerente complemento. Antes era el casco de la moto, ahora son las mascarillas las que han invadido esa atractiva articulación y a veces la muñeca a modo de pulsera. ¡La moda es la moda!
Aún me queda otro encuentro increíble. Delante de mí, por la calle, un hombre gordo y feo, que va resoplando, deja caer intencionadamente al suelo su mascarilla. “Señor”, le digo con reticencia, “se le ha caído la mascarilla”.  “Y a ti ¿qué te importa lo que yo haga?” -me contesta cargado de razón. Ya es la gota que colma el vaso y en plan barriobajero le digo, “Gordo cabrón, ¿por qué estás tú todavía vivo?”. Echa a correr detrás de mí, con la mano levantada. Me doy entonces cuenta de mi poca cabeza y yo también corro, pero no muy rápida porque voy con tacones. Gracias que su obesidad le impide alcanzarme porque me habría llovido algún sopapo. Consigo llegar, sudorosa, al coche y decido volver a casa y confinarme. A mí también se me ha debido churruscar el cerebro y no aguanto nada ni a nadie.

domingo, 12 de julio de 2020

Impactada por YAN LIANKE



El sueño de la aldea Ding, de Yan Lianke, traducido del chino por Belén Cuadra Mora, publicado por Automática Editorial.
Es la estremecedora historia de la aldea Ding narrada por un niño de doce años, Xiao Qiang, muerto por envenenamiento por los habitantes de la aldea, como venganza contra su padre, que se ha enriquecido comprando y revendiendo sangre, sin ninguna precaución sanitaria. De resultas de esta actuación, la aldea está infectada y sus habitantes van muriendo poco a poco.
Todo esto lo sabemos desde que empieza la narración del niño, en primera persona. Lo que llaman la “enfermedad de la fiebre”, hace referencia a lo ocurrido en China en la década de los noventa, cuando liberalizó la venta de sangre y la falta de control sanitario (utilizando la misma aguja para todos, mezclando sangres, no respetando los plazos de extracción ni las cantidades de sangre…) produjo un fatal aumento del sida. El enriquecimiento de unos pocos y la supervivencia de la mayoría, alentaron esta práctica. La prosperidad llegó para todos, con un litro de sangre comían un mes. Después de la compraventa de sangre, vinieron la venta de ataúdes, el robo de toda la madera (árboles, puertas…) que podían encontrar para enterrar a sus muertos, en suma la literal destrucción de toda la aldea.
Todo lo referido al pasado, todos los hechos que condujeron a infectar la aldea, se cuenta a través de sueños y, sin embargo, tiene un impresionante tono de realidad vivida.  Se reconstruye el pasado sin que parezca fantasía la voz narrativa del niño muerto, porque el tema es tan fuerte que supera la forma de narrarlo. El propio autor, Yan Lianke, explica en su epílogo cómo cuando terminó la novela se sintió como si le hubiesen arrancado los huesos, en una isla desierta sin aves y sin plantas”. Es una novela profunda que deja sin aliento incluso al autor. Novela tremendamente realista y alegórica a la vez. El lirismo presente siempre en todas sus páginas, no solo en la bellísima descripción de una naturaleza poco a poco agostada sino en cada una de sus metáforas, algunas recurrentes: “Como las hojas secas del otoño que el viento se lleva y no regresan nunca a sus ramas”, “como caen las hojas del otoño, como se apaga una luz”, así se fueron marchando los habitantes de la aldea Ding. “Morían, y no importaba. ¿Quién llora las hojas que caen de un árbol, la luz que se extingue al atardecer?
Con pocas palabras emociona, lo dice todo:” Guardaron silencio. Era el suyo un silencio absoluto, un silencio de muertos, como si no hubiera ya nadie en el mundo, ni ellos siquiera. Parecía que estuvieran todos sepultados y sobre la superficie no quedaran más que la tierra, los cultivos, el viento, los insectos habituales de una noche de verano y el resplandor de la luna” (p. 229)
A pesar de la constante presencia de la enfermedad y la muerte, los personajes están muy bien caracterizados, son potentes: el padre que recrimina a su hijo por su comportamiento: “Te mereces morir solo y que nadie se acuerde de ti. De hecho, ya que estamos, ¿qué haces vivo todavía? ¿por qué no te mueres ya? (p. 254), la joven que es capaz de abandonar a su marido, porque se ha enamorado de su hermano y en una noche de fuerte calentura de este, se rocía su cuerpo desnudo con agua fría varias veces y lo pega al de él, absorbiendo su fiebre, salvándole la vida, pero perdiendo la suya.
Una parte de la crítica relaciona la nueva narrativa china con el boom latinoamericano del siglo pasado, con un nuevo aire y una modernidad obvia. Los muertos que hablan en Pedro Páramo, producen una fantasía que en esta novela es dura realidad, tal vez por la técnica narrativa, entre poesía, fantasía onírica y cruel realidad. La narración en boca de un niño aparece sincera, devastadora y de hondo dolor. Yan Lianke, la denomina “legajo de dolor y desengaño” hecho con el corazón, y termina su Epílogo entonando un mea culpa: “Pido perdón a cada uno de vosotros, lectores, por el dolor que aquí os traigo”. Novela, cuya publicación aún está prohibida en China.

"Una obra literaria asombrosa. Una novela aterradora, sólida y elegante ... emotiva y franca" . "Su desesperado lirismo, rebosante de frenética vida incluso cuando la espuma asoma ya por entre los labios, confiere a esta novela su brutal elegancia". Le Monde.

"Una sátira furiosa contra el capitalismo y la corrupción". "El trabajo que ha marcado su carrera: no solo una elegante pieza literaria sino una devastadora crítica al desenfrenado crecimiento de China" The Guardian. 

domingo, 15 de diciembre de 2019

ESPERPENTOS DIARIOS. 31. Somos abuelas solo de nuestros nietos



¡Qué mundo el de las abuelas!, ellas, las que salen, comen fuera, van al cine, al teatro, visitan exposiciones, viajan a destinos exóticos, se operan el párpado caído, compran cremas buenas en las que nunca antes se habían gastado sus cuartos aunque, si las compran en el Duty Free tanto mejor, recuperan amigos, a veces más que amigos, descubren amores silenciosos del pasado y otros no tan silenciosos, dan un paso adelante en amores antes prohibidos, borran de sus cabezas recuerdos dolorosos, se ríen de etapas de su vida, esas por la que antes sufrían, se pasan al vino, blanco frío a mediodía, tinto caliente a final de la tarde, y dicen lo que piensan sin filtro ni censura alguna. Tienen nietos, cálidos y amorosos, que las llenan de serotonina, y amigas con las que mantienen la ilusión de vivir. No siempre las entienden, y a veces hablan de ellas de manera poco afortunada, que no les pasa desapercibida y contra la que se revuelven. 
 - ¿Cómo te llamas? -preguntó una de ellas a un camarero que hizo su pedido a la cocina: “tarta de manzana para las abuelas
- ¡¡¡Yoooo !!! Javier ¿por?
- Pues mira, Javier, no somos tus abuelas y nos molesta que, a voces, hagas el pedido “para las abuelas” ¿comprendes”. Ni se te ocurra faltarnos el respeto.
- No, perdone -contestó azorado- sí, he dicho eso, pero pedía tarta para mi madre que está con la suya en la cocina y a las dos las llamamos abuelas.
- Bueno, si es así, ¡aclarado!, pero no te dejes llevar por el aspecto externo. Tenemos la cara con arrugas y el cabello con canas, pero el corazón terso y el entendimiento a tope.
-Perdón, perdón -insistió el camarero azorado.
Conocí a un hombre estupendo (también ellos se rebelan), a quien una enfermera, con cariño, llamó abuelo y él muy  digno le dijo: "Perdone, yo soy abuelo de mis nietos, usted puede llamarme por mi nombre, me llamo José María".
La juventud es algo muy transitorio y lleno de ocupaciones. La vejez ahora se extiende más en el tiempo y si las enfermedades te ignoran, es muy placentera. Por lo menos la que abarca la tercera edad, porque ya podemos considerar que hay una cuarta edad. Pero que quede claro, "No hay barra libre para tratar a las abuelas". Las abuelas de sesenta somos abuelas de nuestros nietos, exclusivamente.

domingo, 29 de septiembre de 2019

ESPERPENTOS DIARIOS. 30. A vueltas con la lengua

¿Qué tal vas de amores?- pregunté a la adolescente Sara, el día que la vi de compras con su madre, mi amiga de toda la vida.
Hay un chico que me “tira los trastos”-me respondió esbozando una sonrisa.
¡Dios mío! –pensé, mientras miraba de arriba abajo a la pobre chica, con la certeza de que iba a encontrarle algún cardenal, hematoma, inflamación, edema, contusión, moratón o cualquier erosión de la piel. Siempre he sabido que un “trasto”, es la denominación que se da, despectivamente, a un mueble u objeto inútil, viejo, estropeado, cuyo propietario decide arrojar a la basura. De ahí que, figuradamente, cuando dos personas discuten airadamente, se tiran los “trastos”, en forma de reproches del pasado que, cuanto más hirientes,  más daño hacen en el interlocutor y elevan el nivel de violencia en la disputa.
No veía, decía, ninguna muestra de esos ataques, ni físicos, era evidente,  ni sicológicos,  porque su mirada se iluminaba feliz y su sonrisa apoyaba lo que estaba diciendo.
Me atreví a cuestionar, ¿cómo que te tira los trastos? ¿y te hace gracia? Sara me miraba alucinada, sin entender nada, ¿qué dice esta mujer?, pensaba, ¿me está tomando el pelo o es que ya empieza a tener crisis de demencia? Y su madre tampoco comprendía la absurda conversación y me observaba como si se hubiera equivocado de amiga.
No te enteras  de lo que digo, insistió Sara, te estoy diciendo que hay un chico en mi clase que va detrás de mí porque le gusto mucho.
¡¡¡Caramba, carambola, carambita, qué comerán las cabritas para que caguen bolitas …!!!!, pensé.  Ahora entiendo lo que me quieres decir, que ese chico “te tira los tejos”.
¡Qué me va a tirar tejos!, mamá, vámonos, me está poniendo del hígado esta conversación. Vámonos, que nos cierran la tienda.
Espera, espera, te lo voy a explicar. Y les aclaré a ambas, cómo en mi infancia se jugaba en las plazas públicas o en los parques, con un trozo de teja que había caído de algún tejado, y ese tejo se lanzaba contra un palo de madera clavado en el suelo, para derribarlo. La gente, de pie o sentada en bancos cercanos, miraba el desarrollo del juego y cuando había una chica que le gustaba a uno de los jugadores, este lanzaba el tejo cerca de ella para, con la excusa de recogerlo, mirarla de cerca o decirle algo o incluso insinuar su atracción. Se hizo popular este comportamiento y el acto de tirar el tejo se convirtió en un modo de querer entablar una relación, al menos de amistad. Hay quien cuenta otra versión del origen de la expresión, atribuyendo su significado al hecho de que, en las romerías, los hombres cortaban ramas de los tejos y se las tiraban a las mujeres que les gustaban. 
Como ves, le dije, ambas versiones coinciden en el mismo significado, o sea, lo que tú me quieres decir es que tu amigo te tira los tejos.
Comprendido. Mamá, venga, vámonos que nos cierran la tienda.
Pensé ¡quien me manda a mí enseñar a quien no quiere aprender! y entré al primer establecimiento que encontré camino de mi casa, a saciar mi desazón con una cerveza fresca.