miércoles, 15 de julio de 2020

ESPERPENTOS DIARIOS. 32. Un virus anda suelto


Últimamente la gente se altera enseguida. Deben ser las colas que, bajo el sol, churruscan el cerebro. En una de ellas estoy esperando mi turno de entrada, Cuando llego al primer puesto, paso a la frutería, solo tres personas. Hay una señora resobando los melocotones, uno por uno, en una mano un guante, la otra sin guante, y obviamente los palpa con la segunda. Intento acercarme para que no toque los que yo me voy a llevar y con un leve empujón se cuela, entre las dos, una chica que resulta ser su hija. Enseguida se vuelve la madre como una hidra, “señora, respete la distancia”. La miro sin entender cómo me reprocha eso, la hija se calla al ver a su señora madre tan irritada y se aparta un poco, pero yo ya estoy embalada, no soporto la prepotencia injusta y con capa de mala educación, “usted tampoco la respeta, porque ya le ha echado un par de veces la mano al brazo del chico que repone la fruta”-le digo. Se vuelve indignada, “es mi primo, ¿sabe?”. “Pues” -pienso, pero no lo digo en voz alta- “tóquele a él los huevos y deje en paz los melocotones”.  Me doy media vuelta, cobarde, sin decir lo que pienso, y me voy sin comprar, dentro de un par de días volveré, cuando no quede fruta que esa señora haya resobado o cuando yo no lo vea.  
Salgo a la calle, enfadada y casi me choco con un chico tan presumido que tapa las incipientes arrugas de su cuello con una mascarilla, que ha dejado resbalar como por descuido o para evitar que sus orejas se despeguen un poco más de su cabeza. Le sienta bien, pero no tanto como a quienes la llevan en el codo, parte de la anatomía humana, por lo visto muy erótica, que reclama un sugerente complemento. Antes era el casco de la moto, ahora son las mascarillas las que han invadido esa atractiva articulación y a veces la muñeca a modo de pulsera. ¡La moda es la moda!
Aún me queda otro encuentro increíble. Delante de mí, por la calle, un hombre gordo y feo, que va resoplando, deja caer intencionadamente al suelo su mascarilla. “Señor”, le digo con reticencia, “se le ha caído la mascarilla”.  “Y a ti ¿qué te importa lo que yo haga?” -me contesta cargado de razón. Ya es la gota que colma el vaso y en plan barriobajero le digo, “Gordo cabrón, ¿por qué estás tú todavía vivo?”. Echa a correr detrás de mí, con la mano levantada. Me doy entonces cuenta de mi poca cabeza y yo también corro, pero no muy rápida porque voy con tacones. Gracias que su obesidad le impide alcanzarme porque me habría llovido algún sopapo. Consigo llegar, sudorosa, al coche y decido volver a casa y confinarme. A mí también se me ha debido churruscar el cerebro y no aguanto nada ni a nadie.

domingo, 12 de julio de 2020

Impactada por YAN LIANKE



El sueño de la aldea Ding, de Yan Lianke, traducido del chino por Belén Cuadra Mora, publicado por Automática Editorial.
Es la estremecedora historia de la aldea Ding narrada por un niño de doce años, Xiao Qiang, muerto por envenenamiento por los habitantes de la aldea, como venganza contra su padre, que se ha enriquecido comprando y revendiendo sangre, sin ninguna precaución sanitaria. De resultas de esta actuación, la aldea está infectada y sus habitantes van muriendo poco a poco.
Todo esto lo sabemos desde que empieza la narración del niño, en primera persona. Lo que llaman la “enfermedad de la fiebre”, hace referencia a lo ocurrido en China en la década de los noventa, cuando liberalizó la venta de sangre y la falta de control sanitario (utilizando la misma aguja para todos, mezclando sangres, no respetando los plazos de extracción ni las cantidades de sangre…) produjo un fatal aumento del sida. El enriquecimiento de unos pocos y la supervivencia de la mayoría, alentaron esta práctica. La prosperidad llegó para todos, con un litro de sangre comían un mes. Después de la compraventa de sangre, vinieron la venta de ataúdes, el robo de toda la madera (árboles, puertas…) que podían encontrar para enterrar a sus muertos, en suma la literal destrucción de toda la aldea.
Todo lo referido al pasado, todos los hechos que condujeron a infectar la aldea, se cuenta a través de sueños y, sin embargo, tiene un impresionante tono de realidad vivida.  Se reconstruye el pasado sin que parezca fantasía la voz narrativa del niño muerto, porque el tema es tan fuerte que supera la forma de narrarlo. El propio autor, Yan Lianke, explica en su epílogo cómo cuando terminó la novela se sintió como si le hubiesen arrancado los huesos, en una isla desierta sin aves y sin plantas”. Es una novela profunda que deja sin aliento incluso al autor. Novela tremendamente realista y alegórica a la vez. El lirismo presente siempre en todas sus páginas, no solo en la bellísima descripción de una naturaleza poco a poco agostada sino en cada una de sus metáforas, algunas recurrentes: “Como las hojas secas del otoño que el viento se lleva y no regresan nunca a sus ramas”, “como caen las hojas del otoño, como se apaga una luz”, así se fueron marchando los habitantes de la aldea Ding. “Morían, y no importaba. ¿Quién llora las hojas que caen de un árbol, la luz que se extingue al atardecer?
Con pocas palabras emociona, lo dice todo:” Guardaron silencio. Era el suyo un silencio absoluto, un silencio de muertos, como si no hubiera ya nadie en el mundo, ni ellos siquiera. Parecía que estuvieran todos sepultados y sobre la superficie no quedaran más que la tierra, los cultivos, el viento, los insectos habituales de una noche de verano y el resplandor de la luna” (p. 229)
A pesar de la constante presencia de la enfermedad y la muerte, los personajes están muy bien caracterizados, son potentes: el padre que recrimina a su hijo por su comportamiento: “Te mereces morir solo y que nadie se acuerde de ti. De hecho, ya que estamos, ¿qué haces vivo todavía? ¿por qué no te mueres ya? (p. 254), la joven que es capaz de abandonar a su marido, porque se ha enamorado de su hermano y en una noche de fuerte calentura de este, se rocía su cuerpo desnudo con agua fría varias veces y lo pega al de él, absorbiendo su fiebre, salvándole la vida, pero perdiendo la suya.
Una parte de la crítica relaciona la nueva narrativa china con el boom latinoamericano del siglo pasado, con un nuevo aire y una modernidad obvia. Los muertos que hablan en Pedro Páramo, producen una fantasía que en esta novela es dura realidad, tal vez por la técnica narrativa, entre poesía, fantasía onírica y cruel realidad. La narración en boca de un niño aparece sincera, devastadora y de hondo dolor. Yan Lianke, la denomina “legajo de dolor y desengaño” hecho con el corazón, y termina su Epílogo entonando un mea culpa: “Pido perdón a cada uno de vosotros, lectores, por el dolor que aquí os traigo”. Novela, cuya publicación aún está prohibida en China.

"Una obra literaria asombrosa. Una novela aterradora, sólida y elegante ... emotiva y franca" . "Su desesperado lirismo, rebosante de frenética vida incluso cuando la espuma asoma ya por entre los labios, confiere a esta novela su brutal elegancia". Le Monde.

"Una sátira furiosa contra el capitalismo y la corrupción". "El trabajo que ha marcado su carrera: no solo una elegante pieza literaria sino una devastadora crítica al desenfrenado crecimiento de China" The Guardian.