sábado, 23 de agosto de 2014

Ávidas pretensiones. Fernando Aramburu.Premio Biblioteca Breve 2014.

¿Novela de humor en tiempos de crisis?
Novela en clave satírica que desarrolla la trama con el clásico esquema en tres partes: planteamiento (23 capítulos), nudo (21 capítulos) y desenlace (5 capítulos)
En Morilla del Pinar (lugar real), en el Convento de las Hermanas Siervas de las Sagradas Espinas de Jesús (espacio imaginado), se celebran todo los años unas Jornadas Poéticas popularmente denominadas “Jornadas Poéticas en Casacristo”. A ellas acude la “poetada”, veintinueve asistentes de los que enseguida se retira uno. Muchos personajes parecen estos pero solo destacan ocho o diez con nombre irreal aunque el autor haya observado modelos concretos para representarlos, que nunca ha querido revelar porque ciertamente son prototipos repetidos en el mundillo literario. Junto a ellos hay alusiones a poetas reales, no invitados, como Gimferrer, Colinas, Caballero Bonald, Félix de Azúa, etc., e interesante resulta la presencia de intertextualidad con poetas como Lorca (“llévatelo al río pensando que es mozuelo”, “el poeta y la poeta con delantaritos blancos. Miradlos que viejos son.”), Machado (quien me incordie a las madre espinosas –dice Lope “verá la senda que nunca va a volver a pisar”), Bécquer (“Volverán los oscuros cipresales…”), el romancero (“Habló Lope, bien oiréis lo que decía”), San Juan, Fray Luis de León, etc.
Este registro literario contrasta con el popular. “Ya sabéis ustedes, todo pallá- es la indicación que les da una vieja en el pueblo, cuando se paran a preguntar la localización del convento.
Al llegar el coche funerario –parece una premonición-  al convento, esquiva un ciprés. Los poetas que viajan en él remedan el poema de Gerardo Diego “Al ciprés de Silos” en clave de un humor que degrada, esperpentiza y desacraliza los versos clásicos.
Dice Juanjo Changa: “Enhiesto surtidor de sombra y sueño, que acojonas el cielo con tu lanza…”. Sigue la Nívea: “Enhiesta verga de mi tío Hilario, que se empina de aquí hasta aquella peña”. Y completan: “Chorro que a la monjita casi preña, ensartada hasta el fondo del ovario”, “Enhiesto surtidor de gasolina…
Aramburu presenta a la poetada, sus miserias y los poetas como personajes fatuos, envidiosos, susceptibles, frustrados y con un obsesivo anhelo de reconocimiento. Conscientes de su mediocridad, buscan artimañas para ser invitados a las Jornadas, para ser reseñados sus poemas y recogidos en antologías. Son un puro disparate, un descalabro de seres caricaturizados con sus dos pilares: alcohol y ansia de sexo insatisfecha en su mayoría.
El organizador, Lope, abreviación de Lopetegui, es quien organiza el evento, gestiona las subvenciones y, como bien reseña Ricardo Senabre en El Cultural (21-03-14), es capaz de articular todos sus larguísimos discursos en octosílabos:
Aunque seamos poetas venimos a trabajar. Se han apuntado veintiocho de diez mil que hay en España. Alguno está por llegar. Tiempo habrá en los días próximos de conocer a los nuevos y estrechar quizá amistad. ¿Hay preguntas? ¿No? Prosigo. Veis que vamos en aumento. Seríamos muchedumbre si dejáramos venir a todo el que lo pretende, pues ha corrido la voz que estamos de vacaciones bebiendo y comiendo gratis, lo cual no es del todo cierto, si bien en parte es verdad…” (p.23)
El tema de la ponencia inicial del encuentro es  la Belleza Poética. “Un concepto, una alusión, una patraña de artistas?” –se cuestiona. “La belleza, la belleza, ¡por favor! El clásico tema apolillado que hará las delicias de los metafas (…). La belleza es de derechas (…) Distracciones de burgueses (…). El tema enfrenta a los dos grupos poéticos enfrentados: los metafas (hace referencia a los metafísicos perdidos en cuestiones que ellos consideran trascendentales, refinan el registro lingüístico, cierto uso musical de la lengua sin pasarse, citas cultas, vocabulario amplio…) y los realitas (se refiere a los realistas, a los poetas comprometidos cuya poesía es cercana a la oralidad, y su estilo literario al habla popular, destruyen la gramática, usan excesivas palabrotas…). Unos y otros se enfrentan con sus comentarios divergentes: “puta asamblea de jilgueros”, “Cuánto sermoneador, aquí cada cual con su prédica, su ideal de paraíso en la tierra, su certidumbre de haber nacido para algo…”.
El realita Juanjo Changa pagaría por presenciar el suicidio de un metafa, si no “¿para qué vienen al monte todos estos borregos de la poesía actual española?” –se cuestiona. Y el interlocutor de La Nívea (Evangelina González) reproduce sus palabras: “Dice lo gilipollas que somos. Y lo hipócritas. No paramos de mentirnos. Escribimos para que nos perdone la imagen en el espejo, ante lo que no podemos fingir”” (p.233)
Y por encima de todos ellos Lope (abreviación de José Manuel Agüero Lopetegui) en la presidencia, feliz “contemplando a su rebaño lírico balar en armoniosa discordancia de pareceres”. Sin embargo todos caen bajo el lenguaje incisivo del autor cuya caracterización sistemáticamente es negativa a lo largo de la novela: luchan por sobresalir, unos humillan a otros, cultivan los placeres asociados a la bohemia como el alcohol, sustancias varias y el sexo, aunque ellos no tengan nada que ver con la auténtica bohemia.
La sátira de Aramburu afecta no solo al contenido sino también a la forma de expresarlo. Asó encontramos divertidas creaciones léxicas en la línea quevedesca: “vigilancia ventanil”, “chavalillos cortapantalonados”, “sonrió amplio, pueril, postizodental”, “simios afutbolados y teleimbéciles”, “cuerpos descinturados”, etc. Con frecuencia corta la oración tras la conjunción “que”, dejando abierto un sentido que se puede extraer del contexto: “había  confiado en que, pero”, o tras el pronombre “la historia del micólogo difunto como que no le, así que cortó.” Juega con los sinónimos con sentido añadido: “entra en la habitación valiéndose de la tarjeta/ganzúa”, “había captado en el ruego/orden”, “por poco se le caen al suelo los ojos/bolitas”. Matiza sus propias afirmaciones “se durmió de golpe (o casi)”.
También es original en las descripciones: sintéticas “Subían al puerto (curvas y pinos)”, precisas “Junto a una columna llamaron (llamó Amalia)”. E incluye juegos fónicos “ecos gregorianos que rebotaban, aban, en los gruesos muros pétreos
Todo ello resulta del extraordinario manejo del idioma, pero apenas es relevante, escondido tras el lenguaje chocarrero que inunda cada página. Sus dos obsesiones en las que fundamenta el humor son los excrementos y el sexo.
El poeta metafa Eugenio Alpuente se pasa casi toda la novela tirado en medio del campo, con retortijones y  los pantalones empapados en mierda que se extiende por todo su cuerpo.
El sexo en el que se detiene con detalle es el que practican las dos lesbianas (Conchita Arroyo y Susana Valcárcel) que se excitan insultándose, propinándose pellizcos y codazos, y dan nombre a sus genitales (Benito y Recaredo, para dirigirse a ellos) o el de los homosexuales que se manosean las respectivas braguetas, o la realita Martina Munro “la hembra corpulenta, jamona y disnéica, que necesita unos cuantos hombres penetrantes al día para su ruidosa satisfacción”. Pero sobre quien hincha las tintas es sobre la repugnante relación que mantiene don Mateo Gil Salgado, 63 años, ciego, exigente y gruñón con la jovencita Vanessita Rincón, a quien por cierto pretenden todos los miembros de la poetada allí reunida, incluidas las lesbianas, pareja de la que se describe con detalle deprimentes relaciones sexuales. Lo escatológico, lo grosero, la mordacidad y la chabacanería son el fundamento de la sátira en esta novela.
Las descripciones bufas se alejan de los estereotipos: “la piara” es el nombre de un grupo poético, Juanjo Changa es “servil y ardillesco” y niega su alcoholismo porque bebe –dice- “por timidez”, Lope es el “boca de pez lelo”, Martina es el “monumento carnal”, Tadeo Balboa “gafas de culo de vaso, metro noventa de pachorra”, Lope “versificador prolijo, solo consiguió un soneto pasable”. Y todos pasan por el tamiz de la burla satírica del escritor: “Mucha poesía etérea, mucho vuelo alto y hondura, alma y bellas imágenes, pero los líricos representantes de la poesía actual española zampan como lobos”. Incluso la naturaleza recibe su varapalo: cita los sonidos de “la murga de los pajarillos garrulos”, las voces “por fortuna” ininteligibles, etc.

En esta “feria de poetillas” hay de todo menos poesía. Algunas de las anécdotas son absolutamente inenarrables por su ingenio que provoca la carcajada, otras caen en lo chusco y soez, pero en ninguna Aramburu escatima exageración, desvarío mordaz y lenguaje incisivo, lúdico, hilarante. 

jueves, 21 de agosto de 2014

La excepción (2012). Audur Ava Ólafsdóttir

“La vida es sufrimiento y desengaño, confórmate con eso”
Esta novela, considerada por la crítica y los lectores islandeses como su mejor novela, viene avalada por anteriores novelas de la escritora islandesa, cargadas de premios y reconocimiento (La mujer es una isla, Rosa cándida)
Comienza con la celebración de fin de año, momento en que, con la copa de champán en la mano, el marido, tan detallista siempre, comunica a la voz narradora, su esposa, “tú serás la última mujer de mi vida” (p.5) y le anuncia que se va a vivir con su amante con quien mantiene relaciones desde hace un año.
 El comportamiento humano es caprichoso. De la noche a la mañana toda la vida de una persona puede cambiar de rumbo. Así le ocurre a la protagonista quien no entiende nada del descubrimiento de las tendencias sexuales de su marido después de haber compartido su vida durante once años, y se pierde en absurdos pensamientos acerca de si fue despiadado elegir la última noche del año para abandonarla:
¿sería mejor bajo la lluvia o tiene que esperar a que esté despejado?, ¿podría mi marido salir del armario el día más cálido de agosto que se recuerde, o cuando tenga otitis uno de los mellizos, o en el aniversario de bodas de mis suegros?, ¿puede decirlo en cuanto ponga el primer salmón del verano, recién pescado, en la parrilla?, ¿puede una persona estar completamente desnuda, al salir de la ducha, o tiene que estar completamente vestida a la hora de oír la verdad?, ¿es mejor nada más abrir los ojos, todavía en la cama?, ¿habría sido mejor el martes que la noche del jueves? (p. 29)
¿Cuándo es el momento adecuado para decir la verdad?
En este intermedio tan confuso se hace presente Perla, su vecina, enana, consejera matrimonial, escritora de novela negra para un conocido escritor cuyo nombre nunca ha revelado, que se convierte en una presencia constante, con cualquier pretexto, escribiendo cuanto observa.
La voz de la narradora cuenta lo que le ocurre, en primera persona, durante toda la novela, dando entrada a la caracterización de los demás personajes mediante los diálogos y trayendo al presente recuerdos del pasado. La brevedad de los capítulos (setenta y cinco en total) consigue dotar a la narración de gran fluidez, representando el segmentado proceso mental de la voz narradora.
Su primera decisión es llevar a su hijo, mellizo de una niña de dos años y medio, a la peluquería para cortar sus rizos rubios y entrenar su masculinidad, deja de llamarle Bambi para utilizar su nombre real, Björn, y le retira el chupete.
Recuerda obsesivamente las palabras de su marido, “siempre serás la mujer de mi vida” (p.54), “eres la excepción de mi vida” (p.8)  y espera su regreso, su visita o su llamada, en cualquier momento. Pasa las noches en vela, con un sentimiento frecuente en el abandono de una pareja, sentimiento que ella hace explícito: “la cama doble de matrimonio es un mar gris y proceloso por el que nado errante toda la noche entre un día y el siguiente mientras mi deseo persevera” (p.66). Su problema, de difícil resolución, radica en el hecho de que resulta difícil aceptar que el futuro vaya a ser tan diferente a como ella esperaba, su mundo se tambaleaba hasta derrumbarse.
Sus pensamientos avanzan sin riendas. Imagina a sus hijos en sendos ataúdes blancos cuando en medio de una ventisca de nieve y una gélida neblina los lleva de excursión cerca de un río glaciar. Siente ganas de arrancar de cuajo el corazón a su marido, aunque sabe que él diría “Se te pasará”. Alimenta a los niños de langosta y paté de hígado que es lo único que en esas fechas festivas tenía preparado en su frigorífico. Cuelga una hamaca en el jardín, entre dos serbales, en pleno invierno y se tumba en ella con los niños para contemplar las estrellas.
En medio de todo este caos, su madre le anuncia que viene Albert, su padre biológico que quiere conocerla. Durante un curso de idiomas en el extranjero, con 19 años, se quedó embarazada de ella. En el encuentro con Albert a quien no conoce,  descubre que es su única descendiente. La aparición del padre extranjero en su vida, le aporta una nueva complicación: muere inexplicablemente en la habitación de un hotel y la deja heredera única de sus posesiones y el encargo de ocuparse de sus cenizas.
Cuando ella llega a la casa de Albert comprende muchas referencias que guardaba en su memoria. El desenlace de esta historia, chocante e inesperada, lo conocerá el lector de la novela, No seré yo quien lo descubra. Perla, que construye su novela a medida que avanza la trama en la vida de su vecina, va a sufrir un importante giro en su vida y va a ser la afortunada en disponer de los numerosos diarios de Albert.
De cualquier manera, en la novela se pone en evidencia las trampas de la memoria porque “lo que pasó no es lo mismo que la historia de lo que sucedió. Los diarios no son la verdad sino sus pensamientos y sus deseos, incluso sus obsesiones.”(p. 232)
Esta oleada de eventos impredecibles en una vida, en la que se incluye incluso la adopción de una niña, esperada mucho antes del giro en la vida del matrimonio, sorprende incluso a su vecina Perla, la escritora, “Si escribo todo esto –dice-, mi editor borra la mitad. La vida es más fuerte que la ficción. Perla en ningún momento deja que su vecina caiga en la autocompasión e intenta canalizar sus conocimientos para ayudarla a iniciar el proceso de desenamoramiento, para hacer bajar a su marido del pedestal en el que lo tiene.
Parece un  resumen de la teoría del caos que estudiaba su marido con su “amigo” matemáticos ambos quienes consideraban que “hay que suponer el caos, lo aleatorio y el vacío en cualquier ámbito de la existencia” (p. 42)
Concluiré citando la curiosa afirmación que la escritora islandesa pone en boca de Perla:
Nadie describe la belleza del cuerpo masculino tan bien como Lorca” dice Perla, la vecina que va construyendo su novela a medida que avanza la trama. (p.183)

La rubia de ojos negros de Benjamin Black. Premio Príncipe de Asturias 2014

La rubia de ojos negros. Premio príncipe de Asturias 2014.
Vuelve el detective Philip Marlowe de la mano de  Benjamin Black (John Banville) a quien los herederos de su creador, Raymond Chandler (1888-1959), encargaron la novela. El propio título parece ser que el propio Chandler tenía previsto para recuperar una aventura más de su detective Marlowe. Y lo ha conseguido con creces, manteniendo la atención con sus descubrimientos, los giros en la investigación y el desenlace sorprendente en el que, por fin, se ordenan todas las piezas del puzzle.
Benjamin Black siente gran admiración por este investigador privado californiano, honrado, aficionado al ajedrez, procedente de la década de los cincuenta, tan distinto de los detectives de la novela negra actual. En ningún momento hay en su comportamiento ni violencia ni crueldad.
Es fumador, destacando a lo largo de la novela el placer que siente al observar el lento movimiento de las volutas grises del humo del tabaco hasta el techo, marca lo agradable que es fumar junto al mar porque “el aire salado da un sabor distinto al tabaco” (p. 43), juguetea con el cigarrillo apagado girándolo entre sus dedos, espera sentado dentro del coche en compañía del humo rancio de su tabaco, se entretiene haciendo anillos de humo perfectos.
Desde las primeras líneas de la novela reconocemos la presencia y el esperable comportamiento del clásico detective Marlowe y el entorno en el que se mueve durante la resolución de sus casos, así como el ritmo dinámico de la narración y la agilidad de sus diálogos, claves de la novela negra. Resulta significativa su ironía, su notable sentido del humor, un sarcasmo ácido que lo hace merecedor de una sonrisa de complicidad cuando resuelve las situaciones más apuradas con su peculiar humor. Así cuando su amigo jefe de la policía le interroga acerca de la causa de su tardanza en llegar al reconocimiento de un cadáver, Marlowe le contesta simplemente:
-  Me he detenido varias veces para admirar el paisaje y deleitarme con pensamientos poéticos. (p. 162)
En otra ocasión, le preguntan acerca de una herida que muestra su mejilla, y así se desarrolla el diálogo:
-  Me mordió un mosquito.
-  Los mosquitos no muerden, pican.
-  Este tenía dientes. (p.210)
B. Black recrea no solo el universo del protagonista sino incluso personajes de otras de sus novelas como Linda Loring, la amada del detective, o Terry Lennox, uno de los protagonistas de “El largo adiós”. Según avanza la acción, aparecen nuevos personajes y la trama se va complicando.
La llegada a su despacho de una rica y elegante mujer rubia de ojos negros, que el escritor, en boca de su detective, describe larga y detalladamente, con el encargo de encontrar a un antiguo amante “un estafador de poca monta con trajes a medida” (p. 14) al que ha visto inexplicablemente vivo cuando lo suponía muerto, da lugar a una investigación sobre el caso que aclare el enigma. Con ella el detective se enreda con una de las familias más ricas de Bay City.
Los ojos de la mujer se nombran reiteradamente, por su “brillo inteligente y burlón”, pero sobre todo por su color: “el ébano tenía la misma negrura resplandeciente de sus ojos” (p. 14), “iris negro y brillante” (p.74)
La acción avanza deteniéndose constantemente en la descripción de todo lo que visualmente capta. Además del aspecto, indumentaria, movimientos, la mirada, el olor, etc. de los personajes, vemos lo mismo que ve el detective: el horizonte, la calle, jardines, la playa, edificaciones diversas, el interior de un coche…Nada escapa a su aguda percepción sensorial.
Y no solo se utiliza el sentido de la vista para ello. Así, las paredes de una casa vacía “iluminada por el sol”, “exudan un aceitoso olor a creosota”, y “posee un modo especial de absorber los sonidos, igual que el cauce seco de un riachuelo se traga el agua”(p.14). El tejido de un vestido “crepitaba” cada vez que su portadora se movía y sus pliegues despedían una “ráfaga de perfume
Olemos el aire denso y pesado que percibe Marlowe “como un hombre obeso recién salido de un largo baño caliente” (p. 29) y escuchamos los mismos sonidos que él: “una melodía dulzona de violines” “la voz grave y modulada”.
Y descubrimos la vitalidad de objetos inanimados: “los guijarros siseaban cuando las olas rompían como si estuvieran hirviendo” (p.40), “los muebles me observaban como perros guardianes demasiado abatidos como para levantarse o incluso ladrar” (p.94)
En primera persona, el sabueso Marlowe relata todos sus movimientos y recoge sus dudas, pensamientos y contradicciones íntimas: “No conseguía quitarme el asunto Peterson de la cabeza… Estaba persuadido de que había algo sospechoso…No podía decir… pero tenía la clara convicción de…” (p.24). Detalla cada sensación incluso mientras cae inconsciente como un “toro apuntillado”, en ese breve proceso que le parece un ensayo de la muerte.
En pocas ocasiones comemos con él y, cuando eso ocurre apenas tiene interés: perrito caliente y gaseosa. Sin embargo compartimos con él, con frecuencia, sus bebidas: los efectos del whisky bien cargado que hacen que su cabeza parezca repleta de masilla, su brandy “poco ortodoxo” con azúcar, su gimlet (ginebra y zumo de lima Rose’s en idéntica cantidad sobre hielo picado), uno de los cóteles más sofisticados, el bourbon y el martini vodka.
Y para los amantes del té, la dueña de la fábrica de perfumes, rica inglesa, detalla los pasos necesarios. Concluimos con tan interesante receta:
Primero tiene que hervir el agua (…) A continuación, vierta el agua en la tetera para calentarla. Escalde bien la tetera.(…) Luego tire esa agua, añada más a la tetera y eche una cucharada de té por persona y otra más para la tetera. Déjelo reposar durante tras minutos (…) ni uno mas ni uno menos. Y en ese momento puede servir el té” (p. 74)

NOTA: Benjamín Blake, seudónimo de John Banville (1954) fue nombrado duque del Reino de Redonda en 2012 por Javier Marías, como reconocimiento personal de su admiración hacia el escritor irlandés, que ha cosechado numerosos premios a lo largo de su carrera literaria.