jueves, 12 de abril de 2012

ESPERPENTOS DIARIOS. 6. Vacaciones

Se siente un gran placer, sobre todo por las expectativas que se despiertan, cuando comienzan las vacaciones. Es increíble el gusto que da poder desconectar del trabajo, de los quehaceres cotidianos, de la rutina diaria, etc., y sobre todo irte al "pueblo", volver al hogar de la infancia.
Siempre me ha dado envidia la gente que tiene pueblo, y se va allí un fin de semana. Mi "pueblo" es una ciudad pequeña, pero lejana, a unos quinientos kilómetros de mi ciudad de vida diaria, por eso cuando viajo hasta allí, mi alma se expande, sobre todo en el camino, al ver las montañas y los pinares que las bordan de un verde intenso. Y la eclosión de felicidad llega al máximo cuando atravieso un antiguo arco de piedra por el que entro en la ciudad, y justo allí, en ese mismo lugar y en ese preciso momento, se acaba todo.
Cuando me doy cuenta, mi vida ha retrocedido, pero no hacia mi infancia o hacia mi juventud, que sería genial, sino que es un viaje hacia atrás, en el sentido estricto de la palabra. ¿Qué significa esto? Pues muy sencillo: que ya no hay lavavajillas, ni Internet, ni cacerolas rápidas, ni cadenas de cine en la tele, ni colchón o almohada según la necesidad de tu cuerpo cansado, ni conversaciones divertidas, ni salidas a deshoras, ni lectura tranquila, ni comidas a tu estilo, ni tu albornoz suave y fragante, ni armario propio que evite tanto trasto, tanta maleta por medio. Y piensas, "no importa, es como si viajara con mochila", pero al segundo día sientes en la boca del estómago un vacío, a veces acompañado de una bola de fuego, que te sube hasta la garganta y luchas por controlarla, porque no explote, porque ni siquiera te desate la lengua. Y empiezas a contar día a día, hora a hora, y deseas con un énfasis especial que se acabe eso que llaman vacaciones, y que poco a poco se han convertido, una vez más, en una pesadilla.    
Y lo peor de todo es que SIEMPRE pasa igual y SIEMPRE repito. 

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