domingo, 25 de marzo de 2012

TRANSPOSICIÓN DEL MUNDO REAL AL FANTÁSTICO EN CUNQUEIRO, SÁNCHEZ FERLOSIO, ALFONSO SASTRE Y ANA Mª MOIX


I
La escasez de imaginación, característica en la narrativa española en los años inmediatos a 1975, me mueve a abordar unas obras injustamente marginadas, cuya característica común es la transposición del mundo real al mundo fantástico. Me refiero a Merlín e familia de Cunqueiro, Industrias y andanzas de Alfanhui de Sánchez Ferlosio, Las noches lúgubres de Sastre y Ese chico pelirrojo a quien veo cada día de Ana Mª Moix.
Entiendo lo fantástico, en estos casos concretos, como una manipulación de elementos reales, cuya peculiar combinación da lugar a crear un universo irreal, extraño, y tanto más irreal y extraño cuantas más raíces tiene en esa realidad cotidiana.
Los textos que nos ocupan, exponen los sucesos de tal manera que pueden explicarse por las leyes de la razón, pero la adecuación de sus elementos resulta creíble chocante, inquietante, insólita. Estamos justamente en el estrato que Todorov califica de “l’étrange-pur". Todorov muestra que lo fantástico no es nada más que una vacilación (del lector) mantenida entre la explicación natural (esto sería “l’étrange”) y una explicación sobrenatural (esto sería lo “merveilleux”). Hay pues, una vertiente clásica respecto a la relación entre la obra y lo que se denomina gramática del relato o estructuras narrativas, y una vertiente original, si tenemos en cuenta el mundo real, punto de partida, del cual se despega en la medida en que presenta hechos y situaciones totalmente inverosímiles, a las cuales se puede llegar mediante la intuición. Lo fantástico es mirar el mundo común de modo no común; de esta manera el resultado no pertenece a la esfera de lo empírico, de lo verosímil.
Los elementos fantásticos constituyen una triple aportación a la obra: por una parte producen un efecto particular en el lector –miedo, curiosidad…-, efecto que otros géneros no producen; además, su presencia permite una organización llena de intriga, y por último, la descripción y lo descrito no tienen realidad fuera del lenguaje. Es pues, la organización del lenguaje la que permite trasponer el mundo real al fantástico mediante asociaciones inverosímiles. Es el lenguaje quien permite no reproducir la realidad existente sino imaginarla. Lo fantástico se elabora a partir de dos series: una, la percepción, que es la relación que mantiene con el mundo; otra, el lenguaje, o su relación con el inconsciente.
Lo típico del relato fantástico es distorsionar las situaciones, desviándolas de una realidad de la que parten, e insertar en estas distorsiones, expansiones imprevisibles. En Alfanhui, por ejemplo, la descripción del mendigo -que encarna la unión del hombre con la naturaleza-, se inserta en el decurso de la narración.
La forma exagerada de la distorsión es el “suspense”: mediante procedimientos de retardamiento y reactivación -procedimientos cuanto más enfáticos más útiles-, se consiguen secuencias abiertas que por una parte refuerzan el contacto con el lector (oyente) asumiendo una función fática, y por otra parte provocan una confusión lógica, confusión que se consume con angustia y placer. El ejemplo típico de “suspense” son los cuentos de Poe, y sin duda los de Horacio Quiroga . En ambos, desde mitad de la narración se intuye que algo va a suceder, y se crean situaciones abiertas, confusas y de dudoso desenlace. Los cuentos de Ana Mª Moix no responden exactamente a este esquema; en ellos se dan los procedimientos de retardamiento, de manera que la narración transcurre morosamente lenta, y es solo al final cuando la acción se acelera, los acontecimientos se suceden rápidamente, y se llega al final imprevisto, chocante por tal imprevisión (Ver Ese chico pelirrojo a quien veo cada día y Las nutrias no piensan en el futuro). Ahí está la clave de la inverosimilitud en dichos relatos, inverosimilitud que responde al campo de lo intelectual, de lo lógico, y que atrapa más por el ingenio que por la emoción. Sus cuentos, sin embargo, hay que leerlos –según comentario de la propia Ana Mª Moix- “buscando sensaciones, no imágenes”.
Los personajes carecen de espesor sicológico. Tienen tres características en común: todos son símbolos, no individuos, todos son personajes marginales (seres que en lugar de hacer algo normal si son adultos, o lúdico si son niños, se dedican a crear algo inútil o a la reflexión por sí misma), y todos mueren al final del relato, mueren como tales símbolos.
II
Para lograr la fusión de imaginación y realidad, los autores de los libros citados utilizan la técnica del contraste visible de datos muy concretos de la realidad, con elementos imaginarios, a veces puramente fantásticos.
Se entrecruza lo fantástico y lo real –porque lo fantástico incluye y necesita la realidad- tejiendo un maravilloso mundo poético y auténticamente sorprendente que en principio -solo en principio- podemos catalogar de literatura de evasión. Sin embargo esa literatura de evasión no solo es un modo original de poner de relieve la ausencia de ensueño existente en un entorno realista, sino que también es un modo solapado de denunciar la sociedad. Como comenta Michel Butor “la invención formal en la novela, lejos de oponerse al realismo como imaginaba demasiado a menudo una crítica miope, es la condición sine qua non de un realismo más a fondo”.
Partiendo de esta premisa, y sin ninguna objeción, vamos a ver cómo se desarrolla la crítica social en estos textos, crítica que va desde un nivel mínimo en Merlín y familia, mediante una progresión, hasta la evidente denuncia en algunos relatos de Ana Mª Moix y de Alfonso Sastre.
Cunqueiro, mago de la palabra y de la fantasía, en su Merlín y familia crea un mundo maravilloso que se añade al mundo real sin atentar contra él ni destruir su coherencia. Sin embargo, lo fantástico aquí rompe con lo real; sucede que un mundo donde el encantamiento y la magia son reglas establecidas con normalidad, es un mundo coherente y homogéneo en sí mismo, donde la vida gira en torno a personajes como hadas, enanos…, todo envuelto en el poder sobrenatural de la magia, y con un desenlace feliz.
Merlín y familia corresponde a un mundo al que podríamos colgar la etiqueta de “maravilloso” más bien que “fantástico”. La historia sin embargo, tiene base real: el pazo de Miranda, en Lugo, rodeado por la selva de Esmelle, va a ser el lugar de acción de breves y maravillosas historias. Se trata de la posada gallega de don Merlín “na que se axuntan todos los camiños de trasmundo”. De la mano de Felipe, criado fidelísimo y socarrón, el lector se adentra en el libre manejar de la imaginación; en torno a la vida de este niño se van intercalando, en delirante mezcla, sucesos mágicos: la selva de Esmelle se trueca en selva fantástica –selva de novelas de caballerías- , donde Merlín ejecuta prodigios, maneja quitasoles y quitanieblas, presenta al demonio de Prato Novo convertido en bañera que disuelve a recién nacidos y sirve de escarnio a monjas hidrófilas y hedonistas que en ella se bañan, incluye moros encantados y encantadores, vigas de oro, sirenas griegas, hadas y demás seres fabulosos que pueblan sus más imaginativas páginas.
Además de estos personajes, están los que tienen una relación directa con el mundo real. Como puente entre ambos, se alza la figura del mago Merlín. Y en otro plano están las historias o leyendas que tradicionalmente se conocen como la historia de Abelardo y Eloísa, la del Judío Errante, la de la cobra Smaris… . Maneja de esta manera, “mágicamente” el anacronismo llevando a primer plano lo antiguo renovado, intentando dar verosimilitud a un relato que él mismo –afirma en el prólogo- llegó a creer pasó de verdad, aunque sepa que es producto de su fantasía.
La utilización de la primera persona gramatical en la obra, le da cierta autenticidad por la identificación narrador-personaje, autenticidad que no obliga a aceptar lo sobrenatural. Lo “fantástico” nos pone ante un dilema, creer o no creer. Lo “maravilloso” realiza esta unión imposible, proponiendo al lector creer, sin creer verdaderamente, porque este tipo de narraciones están afincadas en el mito, en la ensoñación que posee la realidad de lo suprarreal.
Industrias y andanzas de Alfanhui de Rafael Sánchez Ferlosio también tiene aires de literatura de evasión. Pero hay algo más, la crítica social al entorno, una base real. No en vano es una fantasía enraizada en la realidad, fantasía que Alborg califica de “inasible e incorpórea, porque en la enésima vez de sus increíbles invenciones, hay siempre un hueso duro de realidad, como una semilla escondida en la jugosa carne de un fruto”. Alfanhui funde lo cotidiano con lo prodigioso.
Su postura ante la vida es de una rebeldía ante la conformidad de una sociedad que, mansa y rutinariamente, se somete al proceso de las convenciones sociales. Desde el primer momento, vemos que la sociedad es vengativa y castiga su falta de conformidad: Alfanhui es expulsado de la escuela cuando aprende aquel alfabeto “raro” y desconocido, “porque daba mal ejemplo” y su madre le encierra en un cuarto oscuro. Es la sociedad también la responsable de la muerte de su maestro, por “brujo”.
La crítica a la sociedad se hace más acerba en la segunda parte, cuando sitúa la acción en Madrid, “en el tiempo en que había geranios en los balcones, puestos de pipas en La Moncloa, y rebaños de ovejas churras en los solares de La Guindalera”. Época en que los engaños se suceden, como cuando, tras el abandono del trabajo por don Zana, la empresa siguió a duras penas fabricando tabletas de chocolate e intentando mantener el prestigio que solo debían a don Zana y a su peculiar manera de batir el chocolate. Época en que “las verduleras chillaban en la calle a su cuadrilla de hijos, y a duros manotazos, les volvían en razón. Mientras se vendían ajos, puerros, cebollas, zanahorias, que luego llenaban la calle con el olor grosero de las comidas” (pág. 92). Época en que se pescaban peces sucios en el Manzanares, en que las cucarachas invadían las cocinas y aprovechando los anuncios de insecticidas, se pusieron de moda los zapatos de charol.
Ferlosio describe el ambiente de las pensiones, importante sector de la sociedad, donde todo es reducido, incluso el nombre de la criada: se llamaba Silvestra pero “la llamaban Silve porque en Madrid no se decía ninguna palabra de más de dos sílabas” (pág.97).
Se muestran asimismo pintorescos cuadros, todos ellos en el marco de la crítica social: el panorama de la estación antes de la salida del tren, los zíngaros y gitanos que se ganan la vida con un oso… Hay incluso un capítulo (cap. VIII de la 2ª parte) dedicado a parodiar la eficacia de los bomberos:
Hartos de su interminable quietud, les embriagaba la alarma, las llamas les enardecían y llegaban eufóricos al incendio. Ponían en marcha su mecanismo de pura actividad y de pura prisa. Vencían al fuego, tan solo porque le demostraban una mayor actividad y una velocidad mayor. (…) Corrían menos que una persona normal, pero corrían canónica y gimnásticamente; pecho afuera, puños al pecho, la cabeza alta, levantando mucho los pies del suelo y las rodillas hacia afuera y nunca tropezaban unos con otros (…) Nunca sacaban a nadie por la puerta, aunque pudieran, siempre lo hacían por las ventanas y por los balcones, porque lo importante para vencer era la espectacularidad.
Un tercer libro el de Ana Mª Moix, que toma el título del último de sus relatos, Ese chico pelirrojo a quien veo cada díaplantea tras los límites de su mundo irreal, la crítica social. Propone tres respuestas a la realidad: la adaptación e integración en los esquemas sociales, como es el caso del vampiro de Yo soy tu extraña historia, la locura por incapacidad de integración, como en Ella comía cardos y en Dimensión telefónica al séptimo potencial, y el cambio de identidad. Esta última es la idea recurrente a lo largo de todo el libro. Hay identificaciones niño-nutria al final de Las nutrias no piensan en el futuro. Hay confusión de percepción entre lo que es, un niño, y lo que se percibe, un gato, en Ese chico pelirrojo a quien veo cada día. Hay una mutación de niño a pájaro en Martín, el recién hermano de Martín, su padre, su madre, el médico, tía Juanita, las jaulas y un pájaro. Hay cambio de personalidad y confusión de sexo entre dos amigos y dos amigas, en Correo urgente, y así constantemente en la mayoría de los relatos. Son mutaciones extrañas, y tanto más sugerentes y simbólicas cuanto más inverosímiles.
Ana Mª Moix plantea además, problemas como la incomunicación, la deshumanización, la masificación urbana… Denuncia el rechazo sistemático de los estudios científicos, la incomprensión generacional, la proliferación de carnés que encasillan y etiquetan sistemáticamente al hombre, la violencia del sexo reprimido, adopta posturas ateístas, ridiculiza la juventud progresista y sus valores, etc., y todo ello lo desarrolla mediante una fina ironía que pone en evidencia la capacidad crítica de la autora, que presenta un universo simbólico con una “ilógica razonada”. Mezcla constantemente las pasiones con las ideas, y utilizando un “descuido” consciente en el lenguaje, consigue un equilibrio perfecto entre el razonamiento y el uso verbal, del lenguaje infantil sobre todo. El libro, en suma, es una continua sorpresa.
Tampoco Alfonso Sastre abandona su posición de compromiso en las historias de imaginación y terror que componen Las noches lúgubres. Su realismo crítico no desaparece en estas extrañas narraciones. La realidad no se fotografía sino que se trasciende llenándola de elementos imaginativos. A través de esos mitos, fundamentados en el terror, ataca males sociales como “la alienación, la resurrección del nazismo, la explotación social, la caza de brujas, la represión policíaca, la guerra nuclear; es decir, una vez más, la destrucción del mundo” –según palabras del propio Sastre (en el Prefacio a la edición de 1964 de Las noches lúgubres)
En la obra de Sastre no hay tendencia a la evasión. Ahí está la realidad cotidiana tras la constante superposición de lo real y lo imaginario. La primera historia, la de la vampira Amalia, es el relato más crudo de la vida de unos seres marginados que se dedican a vender su sangre a varios hospitales, para poder subsistir. El texto sugiere que es la sociedad el verdadero vampiro. Hay pues, una crítica directa a la sociedad, pero los elementos nos son presentados en un ambiente extraño, tan misterioso, que hemos de añadir la cualidad de “fantásticos” a estos críticos relatos. El mundo imaginario está superpuesto al real de manera que confunde al lector sin que este sepa dilucidad dónde está lo fantástico y dónde lo real. Alfonso Sastre maneja perfectamente esta técnica de la superposición.
Podemos concluir este análisis, afirmando con Poe en el Crimen de la calle Morgue que “el hombre ingenioso está siempre lleno de imaginación y que el hombre verdaderamente imaginativo nunca es más que un analista”. La fantasía es una invención: crea el mundo desde sí mismo. La imaginación es más rica que la fantasía: construye, enlaza, asocia.
III
Todos estos relatos han pasado inadvertidos a la crítica, que apenas les ha dedicado alguna pequeña reserva. Reúnen sin embargo, todos los elementos necesarios no solo para hacer las delicias del lector que se aventura a leerlos, sino también para ofrecer a dicho lector una toma de postura ante la realidad social.
La literatura fantástica aquí no se agota. Recordemos El bosque animado de W. Fernández Flórez, o la selección de relatos hecha por Antonio Beneyto bajo el título Narraciones de lo real y fantástico (en ediciones Picazo, Colección La Esquina, Barcelona 1971) en la que se incluye a Max Aub, Cela, Manuel Pacheco, Tomás Salvador, Ramón G. Redondo, Francisco García Pavón, etc.
Y concluimos con la mención a la aportación que al campo de lo fantástico hacen escritores como García Márquez, Borges, Cortázar, Horacio Quiroga, Bioy Casares, Juan Rulfo, etc., todos ellos insertos en la corriente del “Realismo mágico”.

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