domingo, 29 de septiembre de 2019

ESPERPENTOS DIARIOS. 30. A vueltas con la lengua

¿Qué tal vas de amores?- pregunté a la adolescente Sara, el día que la vi de compras con su madre, mi amiga de toda la vida.
Hay un chico que me “tira los trastos”-me respondió esbozando una sonrisa.
¡Dios mío! –pensé, mientras miraba de arriba abajo a la pobre chica, con la certeza de que iba a encontrarle algún cardenal, hematoma, inflamación, edema, contusión, moratón o cualquier erosión de la piel. Siempre he sabido que un “trasto”, es la denominación que se da, despectivamente, a un mueble u objeto inútil, viejo, estropeado, cuyo propietario decide arrojar a la basura. De ahí que, figuradamente, cuando dos personas discuten airadamente, se tiran los “trastos”, en forma de reproches del pasado que, cuanto más hirientes,  más daño hacen en el interlocutor y elevan el nivel de violencia en la disputa.
No veía, decía, ninguna muestra de esos ataques, ni físicos, era evidente,  ni sicológicos,  porque su mirada se iluminaba feliz y su sonrisa apoyaba lo que estaba diciendo.
Me atreví a cuestionar, ¿cómo que te tira los trastos? ¿y te hace gracia? Sara me miraba alucinada, sin entender nada, ¿qué dice esta mujer?, pensaba, ¿me está tomando el pelo o es que ya empieza a tener crisis de demencia? Y su madre tampoco comprendía la absurda conversación y me observaba como si se hubiera equivocado de amiga.
No te enteras  de lo que digo, insistió Sara, te estoy diciendo que hay un chico en mi clase que va detrás de mí porque le gusto mucho.
¡¡¡Caramba, carambola, carambita, qué comerán las cabritas para que caguen bolitas …!!!!, pensé.  Ahora entiendo lo que me quieres decir, que ese chico “te tira los tejos”.
¡Qué me va a tirar tejos!, mamá, vámonos, me está poniendo del hígado esta conversación. Vámonos, que nos cierran la tienda.
Espera, espera, te lo voy a explicar. Y les aclaré a ambas, cómo en mi infancia se jugaba en las plazas públicas o en los parques, con un trozo de teja que había caído de algún tejado, y ese tejo se lanzaba contra un palo de madera clavado en el suelo, para derribarlo. La gente, de pie o sentada en bancos cercanos, miraba el desarrollo del juego y cuando había una chica que le gustaba a uno de los jugadores, este lanzaba el tejo cerca de ella para, con la excusa de recogerlo, mirarla de cerca o decirle algo o incluso insinuar su atracción. Se hizo popular este comportamiento y el acto de tirar el tejo se convirtió en un modo de querer entablar una relación, al menos de amistad. Hay quien cuenta otra versión del origen de la expresión, atribuyendo su significado al hecho de que, en las romerías, los hombres cortaban ramas de los tejos y se las tiraban a las mujeres que les gustaban. 
Como ves, le dije, ambas versiones coinciden en el mismo significado, o sea, lo que tú me quieres decir es que tu amigo te tira los tejos.
Comprendido. Mamá, venga, vámonos que nos cierran la tienda.
Pensé ¡quien me manda a mí enseñar a quien no quiere aprender! y entré al primer establecimiento que encontré camino de mi casa, a saciar mi desazón con una cerveza fresca.

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