viernes, 4 de julio de 2014

14 de Jean Echenoz. Reseña

Comienza la novela con la celebración de los jóvenes movilizados para la guerra, movilización con la que se encuentra el protagonista que ha salido a dar una vuelta en bici después de comer: “discusiones enfebrecidas, risas desmesuradas, himnos y fanfarrias, exclamaciones patrióticas entreveradas de relinchos”. Anthime ante el clamor de las campanas regresa a su pueblo y en uno de los baches cae al suelo su libro que se abre premonitoriamente por una página en la que se lee: “Aures habet, et non audiet” (Tienen oídos y no oyen), que queda boca abajo en el suelo. Acaba de estallar la Gran Guerra, la Primera Guerra Mundial.
Desde esa tarde de verano hasta la noche que Anthime, de vuelta del frente se reúne con Blanche (prometida de su hermano Charles que ha muerto en la batalla sin tener conocimiento del nacimiento de su hija Juliette y hacia la que Anthime siempre ha sentido una especial atracción amorosa), Echenoz nos acompaña a través de las trincheras, donde los días se alargan y escasea la ropa y la comida, donde empuñan bayonetas y resisten el ataque de los piojos.
En medio de todo ello ningún personaje reflexiona sobre la tragedia ni sobre el maldito destino que los ha llevado a esa situación. Aceptan la fatalidad con resignación. Solo observan la trayectoria de las balas, las consecuencias de la metralla, el desplazamiento de los aviones interrumpidos por la explosión,… en suma el caminar de la muerte entre ellos, pero con distanciamiento y sin afectación, sin lágrimas y sin desesperación, sin sentimentalismos. Los sentimientos los pone el lector, impresionado en cada uno de los 15 capítulos de la novela, impactado cuando Anthime, mutilado, pasea del brazo de Blanche, de cuyo amor tampoco el autor da ninguna certeza, contando perros y vagabundos, cuatro años después de comenzada la guerra.
Cinco amigos parten hacia el frente, Padioleau, Bossis, Arcenel,Charles y Anthime. Una semana después subían al tren en Nantes y tres días más tarde llegaban a Las Ardenas y recibían sus primeras órdenes: “Si mueren hombres en las guerras será por falta de higiene. Lo que mata no son las balas, sino la falta de aseo, que es nefasta y que es lo primero que deben ustedes combatir. De modo que lávense, aféitense, péinense y nada tienen que temer”.
Tan sorprendente es esta orden como el reparto generoso de vino por el servicio de intendencia, aunque no haya suficiente comida. La idea es que “embriagar al soldado contribuye a incrementar su valor y, sobre todo, disminuye la conciencia de su condición”. Es muy interesante la clasificación de animales (cap. 12) según su utilidad: los familiares y domésticos que no saben salir solos adelante por su “jodido  narcisismo”, los independientes comestibles, los incomestibles por ser marginados, los incomestibles por su potencial guerrero, y los parásitos que devoran al hombre.
La novela es breve pero explícita. No necesita más páginas para estremecer al lector, observador impotente de una generación perdida por la arbitrariedad de una absurda guerra. Y no es porque los personajes tengan un atractivo especial, que lo tienen, sino porque no hay un solo mensaje de esperanza y se resignan sin más.
Echenoz se entretiene describiendo objetivamente todo aquello con lo que consigo un relato verista (tanto en la ciudad abandonada por los jóvenes soldados como en las trincheras y el campo de batalla. De esta manera conocemos exactamente las clases de zapatos que se fabrican en su ciudad natal, los objetos y útiles que dan lugar a los 35 kilogramos que pesan las mochilas de los soldados, las variadas acrobacias de los aviones “mosquito”, sus multiplicadas actividades en los días de “descanso”, etc. No hay sordidez en la descripción de la contienda, ni regodeo en escenas trágicas; por el contrario se impone la naturalidad descriptiva y realista de lo que se ve, sin adjetivaciones valorativas. Es el lector el que añade la valoración de la escena descrita.
Sin embargo estas descripciones son impresionantes. Así leemos y casi podemos oler el ambiente corrompido por los caballos descompuestos, la putrefacción de los hombres caídos, el olor a orines, mierda, sudor y vómitos. Parece una descripción natural pero tropezamos con fragmentos tan expresionistas como los que siguen: 
“Anthime vislumbró durante un instante desde la masa encefálica hasta la pelvis, todos los órganos (…) abiertos en dos como en una plancha anatómica”
- "Los ilesos se incorporaron más o menos salpicados de fragmentos de carne militar, colgajos terrosos que ya les arrancaban disputándoselas las ratas”.
Después de quinientos días, Anthime regresa sin brazo derecho. Ha de acostumbrarse a ser zurdo, precisamente él, a quien se describe premonitoriamente en el primer capítulo portando una sortija en la mano derecha, por “cuestión de magnetismo”, contestaba siempre molesto cuando se le avisaba de que la sortija se lleva en la mano derecha.
Destacaré para terminar la maestría en el uso de paréntesis, enumeraciones y oraciones complejas magníficamente construidas. En esta novela se cumple a rajatabla la expresión, olvidada en los best-seller actuales: “Lo bueno, si breve, dos veces bueno”.

1 comentario:

Arte en Madrid. Tíltide dijo...

Querida Nani, he seguido tus palabras y he leído la novela: estremecedora, por su contenido y espectacular por su forma. En resumen, cautivadora. Gracias.
Te mando un beso.