jueves, 20 de agosto de 2015

Javier Marías. Los enamoramientos

Los enamoramientos y otros estados que lo parecen
Muchas son las reseñas con las que se obsequia cada una de las novelas de Javier Marías, por lo que no la voy a caer en esa tentación. He de hacer hincapié, solamente, en su notable tendencia a la digresión, dentro del hilo de los pensamientos encadenados en las intervenciones de los personajes. La presencia de un muerto en cada una de las novelas de Marías, cuya muerte se ha de desvelar, da lugar a que el narrador se demore en pensamientos de los personajes, a veces hipotéticos, en un juego de argumentación y contrargumentación, con la finalidad de desvelar las causas, los ejecutores, y demás circunstancias que enmarcan la muerte. Además encuentra casos literarios que sirven de referencia al argumento que desarrolla, en este caso la novela de Balzac en la que el Coronel Chabert regresa de entre los muertos, en una inexplicable supervivencia, desbaratando el equilibrio afectivo que ha conseguido su mujer, porque los muertos se convierten en un recuerdo, sin regreso posible a la vida de quienes perdió.
Son estas largas digresiones precisamente, las que enriquecen la novela y, aunque ralentizan la acción, crean notable expectación en el lector. El narrador de Marías, cuando relata la historia, decide “qué revela y qué insinúa y qué calla, cuándo dice la verdad y cuándo mentira o si combina las dos y no permite reconocerlas”. Para conseguir su objetivo debe precisar el significado de las palabras, labor que desarrolla excepcionalmente. La exactitud en los términos (hacer gracia / caer en gracia, enamoramiento / encaprichamiento). Precisamente el título es clave para comprender los razonamientos del narrador y su sentido último.  
El enamoramiento “posee el atractivo de la revelación”, por lo que el enamorado se interesa por cualquier asunto que le interese o del que hable el amado, se siente apasionado por cuestiones y se fija en detalles que antes le pasaban desapercibidos. Nos ponemos a disposición de quien amamos, nos colamos en su cotidianidad con mil pretextos. El enamoramiento “es insignificante, su espera en cambio es sustancial”. Por eso, el narrador establece una precisa diferencia de concepto entre el enamoramiento y otros estados:
Nos hacen mucha gracia muchas personas, nos divierten, nos encantan, nos inspiran afecto y aun nos enternecen, o nos gustan, nos arrebatan, incluso nos vuelven locos momentáneamente, disfrutamos de su cuerpo o de su compañía o de ambas cosas (…) Hasta se nos hacen imprescindibles algunas (…). Puede suplantar el amor, por ejemplo, pero no el enamoramiento, conviene distinguir entre los dos, aunque se confundan no son lo mismo… Lo que es muy raro es sentir debilidad, verdadera debilidad por alguien, y que nos la produzca, que nos haga débiles. Eso es lo determinante, que nos impida ser objetivos y nos desarme a perpetuidad

El enamoramiento es el hilo conductor de la novela.

Hiromi Kawakami. El cielo es azul, la tierra blanca.

Una historia de amor. Premio Tanizaki en 2001
He recorrido un largo camino,
el frío penetra mi ropa gastada.
Esta tarde el cielo está despejado,
¡cómo me duele el corazón!
                       Seihaku Irako

La taberna de Satoru es el lugar de encuentro entre Tsukiko Omachi que tiene unos 40 años y el maestro Harutsuna Matsumoto de 65 años, quien le dio clase de japonés en el instituto.  Se trata del reencuentro entre dos solitarios, unidos por la cerveza y el sake, separados inevitablemente por el desfase de la edad. Ella no tenía ningún recuerdo significativo de su maestro ni le entusiasmaban sus clases, ni había vuelto a verlo. Coinciden en la taberna de la estación, beben juntos y pagan por separado. Con un desarrollo extraordinariamente lento y sin apenas tensión dramática, Tsukiko, la narradora, relata en primera persona su experiencia interior.
Esta mujer independiente, marca su actitud inconformista acudiendo sola a la taberna, bebiendo y pagándose sus copas, establece un vínculo con el maestro porque no es un hombre que impone, porque merece la pena escucharlo, porque no es una amenaza, la entretiene, desprende autoridad y prestigio y despierta en ella respeto y admiración. En principio solo le llama la atención su voz, “no era muy grave, pero tenía un matiz profundo y vibrante. Al oír aquella voz, me fijé en el hombre de que procedía”- dice Tsukiko.
Este encuentro acaba derivando en un sentimiento amoroso, una “relación formal”, la llama el maestro, “basada en el amor mutuo”:  beben juntos, escriben y leen haikus, juegan al pachinko, hacen excursiones, pero mantienen su distancia. Es una relación basada solo en el amor romántico.
Tsukiko se encuentra con su maestro solo de vez en cuando y sufre ataques de soledad. En uno de ellos entona una canción de invierno y al llegar a la tercera estrofa no recuerda los últimos cuatro compases. Antes de que se eche a llorar, aparece el maestro y completa la letra de esos compases. El título de la novela es el último verso que ella recuerda cuando la canta.
El maestro es un misterioso personaje zen, delicado, que parece establecer entre Tsukiko y su mujer fallecida una especie de karma, en el sentido de que hay una conexión con su vida anterior, algo parecido a una reencarnación, parece creer. Karma, como término budista, es comprendida como la energía que todos nos llevamos de nuestras vidas anteriores y que condiciona nuestras vidas futuras.
El maestro es la clave en el desarrollo narrativo. Casi todos los capítulos comienzan haciendo una referencia a él. Tsukiko relata, ordenado en el tiempo, el desarrollo de su aprendizaje, reflejando con ello la creencia budista de su maestro, de que la vida es un camino y hay que manejar con delicadeza esas etapas de la vida. Se representan las etapas de esta ruta en espacios simbólicos que constituyen el itinerario marcado por el maestro: el mercado, el bosque donde buscan setas, la fiesta anual del picnic de primavera, el salón de juegos, el cementerio en la isla (donde está enterrada su esposa y, en un ritual acto simbólico, el maestro cierra un ciclo y abre otro), el museo de arte, el acuario y en su cuarto (escena final). La historia transcurre con la presencia constante de las costumbres japonesas. Dado que los dos personajes principales pasan mucho tiempo juntos comiendo y bebiendo es comprensible que se nombren numerosas japonesas, más cuando se muestra  cómo disfruta Tsukiko con la comida (tofu hervido con bacalao y crisantemo, pepinos con pulpa de ciruelas saladas, rodajas de berenjena fresca con jengibre y salsa de soja, repollo condimentado con salvado de arroz, sashimi, cocido con nabo y albóndigas de pescado, oreja marina en salsa de soja con wasabi, etc.)
Muchos de los capítulos terminan con la presencia de la naturaleza, simbólica o real: un árbol, el alcanforero que susurra “ven, ven” a los pájaros que agitan sus ramas; las flores del cerezo que “parecen transparentes bañadas por la blanca luz de la luna”; el maestro y Tsukiko que siguen caminando despacio “embriagados por los efluvios primaverales que flotaban en el ambiente. La luna dorada brillaba el cielo”. Y no solo hay lirismo en la descripción de la naturaleza al final de los capítulos, sino que este lirismo enmarca el fluir de los dos protagonistas por los espacios simbólicos que constituyen la ruta del aprendizaje, que antes se mencionaban.

lunes, 27 de julio de 2015

Bariloche de Andrés Neuman

 Así es cómo sobreviven los agotados
Con esta frase procedente de un ensayo de John Berger, con la que se presenta la novela, el propio Neuman explica cómo fue el punto de partida de su idea a partir de leer el ensayo. Los explotados, demasiado cansados tras el trabajo, sienten un traicionero bienestar ante pequeños placeres como dormir, comer o hacer puzzles como el protagonista.
Esta novela corta es la primera de Neuman (1999), Finalista del XVII Premio Herralde de Novela. Se trata de la historia de dos hombres, basureros nocturnos en Buenos Aires, uno, el Negro, mantiene a su familia con varios empleos; otro, Demetrio, soltero, vive en una caída libre hacia la autodestrucción.
Se trata de una novela estructurada en capítulos breves, algunos muy breves, en total 65, mediante los cuales se compone el puzzle de la cotidianeidad asfixiante de estos dos personajes y de la ciudad en la que viven.
Los fragmentos ofrecen un conjunto de voces narrativas: el yo en primera persona de Demetrio es la voz dominante, completada por la voz del Negro, la de Verónica (esposa del Negro y amante de Demetrio) y la del narrador-descriptor. Curiosamente, incluso se distinguen por el habla: español correcto para el narrador, español porteño en los demás personajes argentinos. Así le dice el Negro a Demetrio, de su mujer, cuando intuye que ha tenido una relación con otro hombre, sin imaginar que ese hombre es Demetrio:
“¿Sabés lo que pasa? Que yo a mi mujer la veo escarmentada, hacerme caso che bien junadita la tengo. La pobre se la bancó bien, yo le armé todo el quilombo que quise y le grité una noche entera y ella escuchando nomás sentadita, bien piola.” (p. 21)
El desarraigo, la pérdida, la alienación son los temas sobre los que reflexiona el autor en ese camino hacia la autodestrucción. Yo pienso que a lo mejor se forma una familia para intentar matar la orfandad que cada uno sufre desde que nace” (p. 52). Demetrio no llega a constituir una familia, e incluso huye del compromiso y de la insistencia de su amante porque, a lo largo de su existencia, va desarrollando la sospecha “de que en la vida, para algunos, los tiempos no cambiaban nunca” (p. 75).
Demetrio arma puzzles, cada tarde, que sirven para dar voz a su memoria. Es una  actividad que de joven consideraba una “taradez” porque no entendía la finalidad, ni el disfrute de perder el tiempo cuando faltan horas, para reconstruir un paisaje que ya venía construido en la tapa. El autor utiliza este entretenimiento para poner en boca del personaje una reflexión que lo caracteriza en esa carrera de su vida cuesta abajo: cuando te parece que las horas no pasan, que no es la última (…) entonces encontrar algo para hacer, sobre todo si es algo que signifique orden, es nada menos que la salvación de la locura” (p. 37)
El vertedero forma parte de su cotidianeidad, no solo porque trabaja recogiendo basuras sino porque le parece la “fosa común de todas las ciudades” (p. 83) y lo observa sintiéndose parte de él; por eso exclama sorprendido: “Dios santo, cómo podía haber tanta, tanta mierda” (p. 84).
Frente a esto, el narrador pone el contraste con sus descripciones de postal del lugar en el que se desarrollan los hechos, Bariloche. Al inicio de la novela, recoge la localización y los datos objetivos exactos de esta bella localidad argentina, situada en la orilla meridional del lago Nahuel Huapí, provincia de Río Negro. En siguientes fragmentos, el narrador-descriptor, adopta un tono lírico para esas poéticas descripciones, fragmentos exclusivamente descriptivos que intercala entre los narrativos y que, según afirmaciones del propio Neuman, escribe en prosa camuflando en ella la métrica del verso clásico. Representa el contraste entre la naturaleza mítica de Bariloche con sus araucarias, y su amancay frente el aspecto urbano de la ciudad.
El lenguaje literario impregna ambos mundos. No solo el mítico lago con su horizonte recortado por “dorsales nervudos de la gran cordillera”, “un gigantesco reptil óseo” (p. 21), sino también aquellos detalles carentes de belleza de las basuras de la ciudad que rodean a los basureros: “con las bolsas de nylon negras a sus pies igual que un ejército de sucias moscas” (p. 3). Lo mismo sucede con los paisajes urbanos, así observa “cómo emergían las personas de la boca de metro de Lacroze: salían vomitadas a la calle y seguían dando pasos a la intemperie” (p. 8), o como el garaje de los camiones de basura “parecía un siniestro tanatorio de elefantes” (p. 12), y como “las persianas, como lentos párpados de gigante, dejaron ver un cielo lácteo” (p. 19).
En resumen, se trata de una novela conmovedora que recibió elogiosos comentarios en su publicación. Resulta muy interesante recuperar su lectura.



lunes, 6 de julio de 2015

El día antes de la felicidad de Erri de Luca

Desde el comienzo de esta novela en primera persona, los sentimientos del lector afloran a la par que los del personaje. El joven huérfano no tiene más contacto con el mundo que su cuartucho en el orfanato; por eso es capaz de describir el colegio y su maestro como algo sorprendente: “ Era algo hermosísimo un hombre que les explicaba a los niños los números, los años de la historia, los lugares de la geografía”. Es un colegio en que conviven pobres y ricos pero con grandes diferencias sociales, los pobres reciben un trozo de pan con mermelada de membrillo a media mañana, llevan en primavera la cabeza rapada para evitar piojos, secan la tinta de la plumilla soplando, etc., mientras los ricos traen su bocadillo de casa, conservan el pelo y secan la tinta con papel secante. Incluso en este último acto, Erri de Luca carga la acción de sentido poético; el gesto de los pobres era más hermoso, “levantaba viento sobre la hoja extendida” mientras que los ricos “aplastaban las palabras bajo la cartulina blanca”.
En el aprendizaje vital de este huérfano está don Gaetano también huérfano, quien le enseña a jugar partidas de cartas en su portería, cuyo cristal “era una lupa de filatélico” y lo educa con profundas reflexiones. Y el librero don Raimondo con quien despierta su pasión por la lectura, para quien “el vacío de cara a una pared, dejado por una librería vendida, es el más profundo que conozco”.
 Culmina cuando cuaja el descubrimiento del amor y del sexo, cuando  explotan las emociones, cuando se concluye el relato de la rebelión de Nápoles que acaba con la ocupación alemana. Es entonces cuando deja atrás la adolescencia y comienza una nueva etapa en la que tiene cabida la violencia, la emigración.
El título de la novela se explica apenas empezamos a leerla (p. 26) Es el judío que esconde don Gaetano de los alemanes quien le encarga que tire una piedra al agua en su nombre, por si él no puede hacerlo en su fiesta de fin de año judío, en septiembre. Con este gesto se libera de sus culpas y empieza un año nuevo. Ojalá, dice, “que hoy sea el día antes de la felicidad”.  Y repite la idea en otros momentos de la novela, que son realmente precursores de la felicidad.
Son muy interesantes las reflexiones que se desgranan a lo largo de la historia: La taberna es mejor que el teatro, en cada mesa hay una comedia. Tragedias no, en la taberna solo hay representaciones ligeras, quien tiene problemas graves por allí no aparece”. “La libertad tiene uno que ganársela y defenderla. La felicidad, no: es un regalo, no depende de si uno es un buen portero y para los penaltis.”
Y no solo las reflexiones, los diálogos de amor, entre el joven sin nombre y su amada, deuda pagada a la infancia, son tan espontáneos, tan frescos, y tan originales que el lector se entrega a ellos sin reparos.
Incluso las expresiones napolitanas que, sobre todo al final abundan, tiene un sentido insustituible y perfectamente claro. En conjunto el relato es desordenado, no sigue un hilo cronológico. Son los dos personajes, el muchacho y don Gaetano quienes sirven de hilo conductor. No hay capítulos sino secuencias de la vida de estos personajes, sentimientos, acciones, reflexiones y un interesante marco narrativo.En suma una novela muy interesante.

viernes, 22 de mayo de 2015

Lo peor ya ha pasado. Relatos de Eduardo Carrasco


El título del libro de Eduardo Carrasco procede del título de uno de sus relatos que tras su apariencia de entretenido retrato de lo cotidiano, esconden las carencias de la realidad, que les otorgan un sentido de lo insólito, de lo inquietante, que engancha sin remedio la atención del lector.
Victoria Reolid fue la encargada de la presentación de Eduardo Carrasco. Comenzó con un resumen biobibliográfico del periodista-escritor, comentando con fina agudeza los relatos contenidos en anteriores publicaciones.
Incluyo a continuación, con su permiso, las reflexiones que desgranó acerca de este libro de relatos, con las que discurrió esta velada literaria:
Y en su tercer libro Lo peor ha pasado que es del que Eduardo viene a hablarnos esta tarde, encontramos los temas que acabo de mencionar (la especulación, relaciones de pareja, miedo al fracaso, deseos insatisfechos, violencia juvenil, infidelidad, temor al compromiso...) junto a una de las preocupaciones que todos tenemos en este momento, la crisis, que inspira cuentos como el que da título al libro, cuyo final resuelve Eduardo con la ironía y el fino sentido del humor que le caracteriza.
Relaciones periodismo-literatura.
 Volviendo a la formación periodística de Eduardo,  podemos plantearnos el  debate clásico ¿dónde acaba el periodista y empieza el escritor? La respuesta es obvia. La literatura está plagada de ejemplos de magníficos escritores que se iniciaron en el periodismo y derivaron hacia la literatura  o bien simultanearon ambas actividades… Mariano José de Larra, Benito Pérez Galdós, Gabriel García Márquez… la lista sería interminable,  el propio Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, quien, en su excelente ensayo La verdad de las mentiras, a propósito de la literatura y la realidad que en ella se ve reflejada,  afirma que “cuando abrimos un libro de ficción, acomodamos nuestro ánimo para asistir a una representación en la que sabemos muy bien que nuestras lágrimas o nuestros bostezos dependerán exclusivamente de la buena o mala brujería del narrador para hacernos vivir como verdades sus mentiras y no de su capacidad para reproducir fidedignamente lo vivido”. Y así es, la realidad transformada en mentira, que es la  esencia propia de la literatura, nos es ofrecida por  Eduardo en sus relatos con una prosa clara,  precisa,  en la que cada idea o cada emoción que quiere comunicarnos encuentra la expresión adecuada porque utiliza las palabras exactas para transmitirnos con eficacia la historia que cuenta . Y esto es así porque estamos ante el libro de un periodista y de la forma de entender el mundo de un periodista, abordando la multiplicidad de aspectos que conforman la naturaleza humana y contándolos de manera amena, clara y entendible para todos, por eso,  la faceta literaria y periodística están íntimamente ligadas en su obra.
Lo peor ya ha pasado.
Vaya por delante que  libros como el  que esta tarde presentamos, en palabras de Javier Orrico, “demuestran que la literatura no sólo no ha muerto, sino que parece gozar de muy buena salud. Lo mejor se está escribiendo en medio del silencio mediático, publicado por pequeñas editoriales y, en muchos casos, sufragado por el propio autor” porque “depender  de las instituciones es lo peor que le puede pasar a un artista, pues cuando las instituciones quiebran, quiebra en apariencia el arte. (…) Todo esto, la existencia de este movimiento que podríamos llamar la literatura discreta, da cuenta de la vocación, la lealtad y la libertad con que este movimiento literario va enfrentándose a una literatura bestsellérica que no es más que el eterno retorno de la literatura de evasión al pasado que producen siempre las crisis. Sobre todo las crisis éticas, los cambios sociales que nos dejan sin amparo, la desazón y la insatisfacción que llevan a la búsqueda de nuevos modelos de ideas y sentimientos que puedan colmar esa angustia. (…) Esta literatura discreta es, hoy, el último bastión de una idea de la literatura –la de que es ante todo lenguaje, y es su trabajo con esa materia la única razón de ser del escritor- contra el maremoto tecnológico y de los medios basura (…) y sin saberlo y, a veces, sin quererlo, los solitarios de esta literatura discreta son la última empalizada en defensa de la individualidad y de la dignidad del creador que se rebela contra la imposición de un gusto prefabricado.
 Las historias que nos ofrece Eduardo indagan en la realidad, seleccionando un amplio muestrario de lo que actualmente constituye nuestro día a día. Como si hojeáramos un periódico, pasan por las páginas del libro las difíciles relaciones de pareja y las consecuencias del divorcio, el exhibicionismo narcisista de muchos jóvenes y el fuerte sentido de posesión que se establece en muchas parejas de adolescentes, las relaciones padres e hijos y las dificultades que conlleva, el fenómeno de las redes sociales, la violencia irracional que ejercen ciertas tribus urbanas alentadas por su odio, la droga, la enfermedad de Altzheimer, el cuidado de los ancianos, la pérdida de la dignidad de muchas mujeres, la crisis, los desahucios, los inmigrantes, los estafados, la burbuja inmobiliaria, los bebés robados, el paraíso perdido de la infancia, el respeto a los mayores.
Aparte del  gran mérito que supone el manejo de todos esos temas, que a veces provocan hastío o indignación, y elaborarlos artísticamente para atrapar nuestra atención, otro de los grandes aciertos del libro es haber dotado a cada uno de ellos de  la técnica apropiada para concederles  un ritmo propio. En algunos destaca su estructura circular, otras  historias no tienen  un final cerrado, quedan como suspendidas  para buscar la participación del lector y que las hagamos nuestras, como en el romance tradicional, que acaban con un final abrupto. Otros constituyen un mero apunte y el último, en un alarde de virtuosismo, como su propio nombre indica Fin, concluye el libro pero además es la conclusión de muchas otras cosas.
También consigue hacernos creíbles los personajes, dentro de la dificultad que eso supone en el relato corto, porque la concisión del propio género exige economía expresiva. Sólo con unos ligeros apuntes, podemos identificarnos con los personajes, sentir simpatía hacia ellos, aborrecerlos o compadecerlos, pero, en ningún caso nos resultan indiferentes.
Por último, y para cederle la palabra a Eduardo, quiero afirmar, como señala Vargas Llosa que “leer buena literatura es divertirse (…) pero también aprender qué y cómo somos, en nuestra integridad humana, con nuestros actos y sueños y fantasmas, a solas y en el entramado de relaciones que nos vinculan a los otros (…)"

sábado, 16 de mayo de 2015

Recordando a Amy Winehouse

Uno de mis recuerdos más queridos: Amy y Zalon.
Do you think I am made of stone?
Cold and unfeeling
Where all the pieces of my heart
You have been stealing?

¿Crees que soy de piedra
Frío e insensible?
¿Dónde están las piezas de mi corazón
que has estado robando?

lunes, 11 de mayo de 2015

David Trueba. Abierto toda la noche

Una novela lleva a otra. Eso me ha ocurrido con David Trueba y su primera novela Abierto toda la noche. Al comienzo de la misma nos tropezamos con los miembros de una familia numerosa, numerosísima (abuelos, padres y 6 hijos), los Belitre, haciendo la mudanza a un palacete heredado por la abuela, en cama desde hacía 17 años. Y ya se nos anuncian los disparatados rasgos que caracterizan a cada uno de ellos: el abuelo, que recita un poema desde lo alto del balcón, es conversador habitual con Dios; Félix, el padre, que intenta resolver su crisis vital de los 50 años acostándose con Sara, treinta años más joven, Felisín que llega con su recién esposa francesa; Basilio, de aspecto repulsivo por un violento acné sangrante; Matías que padece un síndrome que le conduce, a sus 12 años, a abandonar su identidad y usurpar el puesto de cabeza de familia, Nacho, una máquina sexual de 20 años, Lucas que siempre lleva un bozal que controla su verborrea, el doctor Tristan, terapeuta que monta su consulta en una tienda de campaña en el jardín, etc.
Es una novela en la que destacan sus abundantes diálogos cinematográficos y su sentido del humor.
Cada capítulo está encabezado por una original cita introductoria, procedente de cada uno de los miembros de la familia o de gente cercana a ellos. A veces contribuye a la caracterización de los mismos, de manera hiperbólica. Así se encabeza el capítulo IV que describe a Basilio: "Era un príncipe tan feo que Cenicienta abandonó el baile a las ocho y media", o la cita que encabeza el capítulo 20: "Solo tenemos una vida y yo he visto a muchos gatos maldecir por tener siete".
Es una familia disparatada, retratada por las sucesivas situaciones de alta comedia, divertida y trágica a la vez, en la que cada personaje desarrolla su aprendizaje sentimental como puede. Y junto a los disparates surge el melodrama, el dolor, la muerte. Ambas conviven como en la vida misma.
El título de la novela lo explica el propio autor en las primeras páginas, poniéndolo en boca de la abuela Alma, que hace años que no se levanta de la cama, y es ella quien trae a colación las palabras de Ambrose Bierce (para definir el hogar en su Diccionario del diablo): "Hogar es el lugar del último recurso, abierto toda la noche", cuando cede a su gran familia el palacete que hereda de su amiga. "Ya lo entenderéis, seguro"-les avisa. Y así es como se desarrolla esta historia cargada de hiperrealidad y de humor, que redunda en esta idea explícitamente cuando casi en el desenlace leemos: "El padre comprendió, allí sentado, en mitad de la reunión familiar, que había muchas formas de querer a alguien, muchos modos de amar, que quizá la pasión tan solo fuera un espejismo"