
El título del libro de Eduardo Carrasco procede del título de uno de sus relatos que tras su apariencia de entretenido retrato de lo cotidiano, esconden las carencias de la realidad, que les otorgan un sentido de lo insólito, de lo inquietante, que engancha sin remedio la atención del lector.
Victoria Reolid fue la encargada de la presentación de Eduardo Carrasco. Comenzó con un resumen biobibliográfico del periodista-escritor, comentando con fina agudeza los relatos contenidos en anteriores publicaciones.
Incluyo a continuación, con su permiso, las reflexiones que desgranó acerca de este libro de relatos, con las que discurrió esta velada literaria:
Y en su tercer libro Lo peor ha pasado que es del que Eduardo
viene a hablarnos esta tarde, encontramos los temas que acabo de mencionar (la especulación, relaciones de pareja, miedo al fracaso, deseos insatisfechos, violencia juvenil, infidelidad, temor al compromiso...) junto a una de las preocupaciones que todos tenemos en este momento, la crisis,
que inspira cuentos como el que da título al libro, cuyo final resuelve Eduardo
con la ironía y el fino sentido del humor que le caracteriza.
Relaciones
periodismo-literatura.
Volviendo a la formación periodística de Eduardo, podemos plantearnos el debate clásico ¿dónde acaba el periodista y
empieza el escritor? La respuesta es obvia. La literatura está plagada de
ejemplos de magníficos escritores que se iniciaron en el periodismo y derivaron
hacia la literatura o bien simultanearon
ambas actividades… Mariano José de Larra, Benito Pérez Galdós, Gabriel García
Márquez… la lista sería interminable, el
propio Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, quien, en su excelente
ensayo La verdad de las mentiras, a
propósito de la literatura y la realidad que en ella se ve reflejada, afirma que “cuando abrimos un libro de
ficción, acomodamos nuestro ánimo para asistir a una representación en la que
sabemos muy bien que nuestras lágrimas o nuestros bostezos dependerán
exclusivamente de la buena o mala brujería del narrador para hacernos vivir
como verdades sus mentiras y no de su capacidad para reproducir fidedignamente
lo vivido”. Y así es, la realidad transformada en mentira, que es la esencia propia de la literatura, nos es ofrecida por Eduardo en sus relatos con una prosa
clara, precisa, en la que cada idea o cada emoción que quiere
comunicarnos encuentra la expresión adecuada porque utiliza las palabras
exactas para transmitirnos con eficacia la historia que cuenta . Y esto es así
porque estamos ante el libro de un periodista y de la forma de entender el
mundo de un periodista, abordando la multiplicidad de aspectos que conforman la
naturaleza humana y contándolos de manera amena, clara y entendible para todos,
por eso, la faceta literaria y
periodística están íntimamente ligadas en su obra.
Lo peor ya ha pasado.
Vaya por delante que libros como el que esta tarde presentamos, en palabras de
Javier Orrico, “demuestran que la literatura no sólo no ha muerto, sino que
parece gozar de muy buena salud. Lo mejor se está escribiendo en medio del
silencio mediático, publicado por pequeñas editoriales y, en muchos casos,
sufragado por el propio autor” porque “depender de las instituciones es lo peor que le puede
pasar a un artista, pues cuando las instituciones quiebran, quiebra en
apariencia el arte. (…) Todo esto, la existencia de este movimiento que
podríamos llamar la literatura discreta, da cuenta de la vocación, la lealtad y
la libertad con que este movimiento literario va enfrentándose a una literatura
bestsellérica que no es más que el eterno retorno de la literatura de evasión
al pasado que producen siempre las crisis. Sobre todo las crisis éticas, los
cambios sociales que nos dejan sin amparo, la desazón y la insatisfacción que
llevan a la búsqueda de nuevos modelos de ideas y sentimientos que puedan
colmar esa angustia. (…) Esta literatura discreta es, hoy, el último bastión de
una idea de la literatura –la de que es ante todo lenguaje, y es su trabajo con
esa materia la única razón de ser del escritor- contra el maremoto tecnológico
y de los medios basura (…) y sin saberlo y, a veces, sin quererlo, los
solitarios de esta literatura discreta son la última empalizada en defensa de
la individualidad y de la dignidad del creador que se rebela contra la
imposición de un gusto prefabricado.
Las historias que nos ofrece
Eduardo indagan en la realidad, seleccionando un amplio muestrario de lo que
actualmente constituye nuestro día a día. Como si hojeáramos un periódico,
pasan por las páginas del libro las difíciles relaciones de pareja y las
consecuencias del divorcio, el exhibicionismo narcisista de muchos jóvenes y el
fuerte sentido de posesión que se establece en muchas parejas de adolescentes,
las relaciones padres e hijos y las dificultades que conlleva, el fenómeno de
las redes sociales, la violencia irracional que ejercen ciertas tribus urbanas
alentadas por su odio, la droga, la enfermedad de Altzheimer, el cuidado de los
ancianos, la pérdida de la dignidad de muchas mujeres, la crisis, los
desahucios, los inmigrantes, los estafados, la burbuja inmobiliaria, los bebés
robados, el paraíso perdido de la infancia, el respeto a los mayores.
Aparte del gran mérito que supone el manejo de todos esos
temas, que a veces provocan hastío o indignación, y elaborarlos artísticamente
para atrapar nuestra atención, otro de los grandes aciertos del libro es haber
dotado a cada uno de ellos de la técnica
apropiada para concederles un ritmo
propio. En algunos destaca su estructura circular, otras historias no tienen un final cerrado, quedan como suspendidas para buscar la participación del lector y que
las hagamos nuestras, como en el romance tradicional, que acaban con un final
abrupto. Otros constituyen un mero apunte y el último, en un alarde de
virtuosismo, como su propio nombre indica Fin,
concluye el libro pero además es la conclusión de muchas otras cosas.
También consigue hacernos
creíbles los personajes, dentro de la dificultad que eso supone en el relato
corto, porque la concisión del propio género exige economía expresiva. Sólo con
unos ligeros apuntes, podemos identificarnos con los personajes, sentir
simpatía hacia ellos, aborrecerlos o compadecerlos, pero, en ningún caso nos resultan
indiferentes.
Por último, y para cederle la
palabra a Eduardo, quiero afirmar, como señala Vargas Llosa que “leer buena
literatura es divertirse (…) pero también aprender qué y cómo somos, en nuestra
integridad humana, con nuestros actos y sueños y fantasmas, a solas y en el
entramado de relaciones que nos vinculan a los otros (…)"