Leer con la abuela al lado es una actividad inútil, completamente imposible, pero yo siempre lo intento. Abro el libro en la primera página- ISBN y otros datos-, paso a la segunda -dedicatoria-, llego a la tercera -cita introductoria-, la cuarta en blanco, y ¡oh proeza! llego a la quinta página. Tras el título del capítulo consigo llegar al renglón número tres e inmediatamente la mirada de hidra vigilante que me lanza la abuela, que parecía dormitar tranquila al rumrum de su programa de chismes favorito, detiene la lectura. "No sé por qué me mandan al médico Tal, si no tiene ni idea, mi amiga X me ha dicho, ¿pero te han mandado al doctor Tal? ¡si no tiene ni idea!, luego es que tengo tan malas venas que no me pueden pinchar, las tengo tan malas que se me pone el brazo negro, si yo... para vivir así, lo que tenía es que morirme". Interrumpe su verborrea para echar una ojeada a la televisión, sin verla realmente, con los ojos airados y un rictus de desagrado en las comisuras de la boca. Calla unos segundos y reinicio la lectura, esta vez alcanzo el renglón número ocho, y el agrio sonido vuelve al ataque: "Si tengo que subir a la residencia cada ocho días, y hay que esperar al autobús hasta que llega, bah". Recoge su ira con la mano, que extendida como una araña estruja sus ojos y sus pómulos.
Leo, esta vez una página, I can't believe, mi imaginación despega unos centímetros del suelo, pero inmediatamente la fuerza de la gravedad la hace volver. "Estas, todas unas guarras, mira esa, es un putón, mira qué cara, tan fresca, una sinvergüenza", yo miro en la misma dirección que la abuela y no entiendo por qué les regala esos piropos a esa puta-morena que llora y a la puta-rubia tan fresca. "Pero ves qué cara de tío tiene y qué gesto, si da asco, si son todas de la raza calé, pero qué fea y qué gestos hace". Abuela, le digo, apaga la tele que te pone de mal humor. Y leo otro fragmento del feroz Palakniuh "...las bocas de todos los miembros del culto se ponen a aullar, a ulular, a vociferar palabras sacadas del libro de papel que tienen abierto en las manos. Cacofonía de ladridos de bocas abiertas de pez, todas abiertas al unísono, con las cabezas echadas hacia atrás para apoyar las miradas en la falsa víctima de torturas con su sangre pintada. Muchos perros ladrándole a la luna. El aire de la capilla está bañado en una niebla de alientos pestilentes."
Por un momento tengo la certeza de estar en el umbral de un apocalipsis. Cierro el libro, me levanto para limpiar un armario. Al fin la abuela se calma, le tranquiliza ver que voy a cumplir con las tareas domésticas que son las únicas a las que ella considera debe dedicar su tiempo una mujer. No sé cuando podré volver a reiniciar la lectura.
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