Llega el verano, un buen momento para hablar de amor, ahora que es tiempo de que los sentimientos se exhiban, igual que los cuerpos, en el escaparate de la vida ante la fugaz y deslabazada mirada de los paseantes. El amor, ese sentimiento sublime para los poetas que lo gozan o lo sufren, poco se parece al amor consumido por la cotidianeidad y la destructiva convivencia.
Mi amiga Laura, por ejemplo, está convencida de que su "amor" la ama. Es extraño el amor de un hombre que solo siente cuando hay público ante quien mostrar las cualidades de ella, únicas, eso sí, pero que poco le sirven a quien las posee si luego pasa los fines de semana, los días, las horas, sola, eternamente esperando a ese amor escurridizo que solo aparece cuando hay observadores.
El amor de otra de mis amigas, Merce, satisfecha en su matrimonio, apenas se percibe. No hay complicidad en ese par de vidas aburridas que solo caminan como líneas paralelas que nunca convergen.
Y mi prima María chilla, a todas horas, constante en su denodada tarea, a su pobre amor. La verdad es que es un ser a quien no parece correr sangre por sus venas, y ahora, como remate, le ha dado por no ducharse, pero eso le ocurre a cualquiera y a cualquier edad, dice ella, y no parece importarle mucho.
Alguien me dirá "pues yo sí tengo el amor cómplice que necesito, y en sus obras detecto su amor hacia mí", porque "obras son amores y no buenas razones", pues felicidades chica, eres de los escasos seres afortunados en el amor. No hay peor soledad que la de quien cree estar acompañado. Y que conste que hablo de mujeres porque a ellas las conozco mejor, pero seguro que el hombre siente algo parecido.
Y para qué nombrar a mi vecina Lucía, que siempre que sale con su novio, a ambos, traviesos ellos, se les van los ojos detrás de todo trasero que se mueve. Algo sienten, sin duda, cuando están juntos, lo que no sé es si lo sienten uno por el otro. Se entienden bien porque los dos tienen el mismo objetivo, pero no han llegado todavía, o han pasado ya, el momento de mirarse uno al otro.
Y Juani, que pasa las veladas sola ante el televisor y luego soporta con resignación las resacas de su adorado semental, porque eso sí, cuando llega a casa siempre quiere, aunque fatalmente nunca puede.
En esta relación de amores sale ganando Marta. No quiere compromisos y todos los fines de semana estrena novio, lo exprime hasta el agotamiento y lo deja después. No tiene amor, pero tiene sexo. Es más divertido, sin duda.
¿Dónde se esconde ese príncipe azul, o esa princesa tierna, insensibles a la inevitable desmemoria?
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