Importa el desarrollo de los
sentimientos, por eso la narradora insiste en que no va a desentrañar sus
complejos sentimientos y en ningún caso se va a distraer relatando sus “batallas sexuales”. “Lo que
quiero contar –dice- dejando a la
imaginación y a la preferencia de cada cual los detalles concretos, son las
sensaciones con que se fue armando mi convicción de que aquel hombre era el
hombre”
La historia resulta original y
convincente. A ella la conocemos bien, en cambio la personalidad de él está
rodeada de un secreto que hasta el final no se desvela, por lo que se mantiene
cierto interés e intriga.
Un par de elementos narrativos me llaman
la atención. El primero es el uso literal de diálogos on-line que mantienen la
pareja a través de Skype, en un momento de la historia en que están alejados
uno de otro. Ya tanteó este terreno Lorenzo Silva en su novela El Blog del Inquisidor (Destino, 2008)
en el que se reunía el espacio virtual de Internet y el hallazgo de un blog, junto al recurso tradicional del “manuscrito encontrado” que nos remite a una
novela histórica situada en tiempos de la Inquisición, en el siglo XVII (http://www.revistadeletras.net/habitos-del-hombre-actual-en-la-novela-internet-y-correo-electronico/).
Sin embargo estos diálogos, por alguna razón carecen de emoción.
El segundo elemento narrativo,
interesante, es la reflexión sobre la vida y la felicidad. Tal como transcurren
los acontecimientos, la protagonista da su opinión sobre la vida: “Lo que cuenta es ese instante, la aventura
fugaz que se nos concede, cómo la vivimos y la recordamos mientras se nos da la
oportunidad” (p. 145). Lorenzo Silva disfruta contando la felicidad de
encontrar a quien amar con pasión, sea cual sea el desenlace de la historia.
Sin embargo insiste en el hecho de que lo narrado es pura ficción que nada
tiene que ver con personajes reales. Insiste en ello porque la historia tiene
un gran margen de credibilidad, y de emoción cuando plantea cómo el alma es un
“amasijo de emociones” que hace que
unos ojos acostumbrados a fijar el blanco tras la mira del fusil, se empañen de
lágrimas. E inevitablemente el lector se conmueve ante la formulación de un dilema
moral sin respuesta única. No debo decir más.
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