¿Novela de humor en tiempos de crisis?
Novela en clave satírica que
desarrolla la trama con el clásico esquema en tres partes: planteamiento (23
capítulos), nudo (21 capítulos) y desenlace (5 capítulos)
En Morilla del Pinar (lugar
real), en el Convento de las Hermanas Siervas de las Sagradas Espinas de Jesús
(espacio imaginado), se celebran todo los años unas Jornadas Poéticas
popularmente denominadas “Jornadas Poéticas en Casacristo”. A ellas acude la
“poetada”, veintinueve asistentes de los que enseguida se retira uno. Muchos
personajes parecen estos pero solo destacan ocho o diez con nombre irreal
aunque el autor haya observado modelos concretos para representarlos, que nunca
ha querido revelar porque ciertamente son prototipos repetidos en el mundillo
literario. Junto a ellos hay alusiones a poetas reales, no invitados, como
Gimferrer, Colinas, Caballero Bonald, Félix de Azúa, etc., e interesante
resulta la presencia de intertextualidad con poetas como Lorca (“llévatelo al río pensando que es mozuelo”,
“el poeta y la poeta con delantaritos
blancos. Miradlos que viejos son.”), Machado (quien me incordie a las madre
espinosas –dice Lope “verá la senda que nunca va a volver a pisar”), Bécquer (“Volverán los oscuros cipresales…”), el
romancero (“Habló Lope, bien oiréis lo
que decía”), San Juan, Fray Luis de León, etc.
Este registro literario contrasta
con el popular. “Ya sabéis ustedes, todo
pallá- es la indicación que les da una vieja en el pueblo, cuando se paran
a preguntar la localización del convento.
Al llegar el coche funerario
–parece una premonición- al convento,
esquiva un ciprés. Los poetas que viajan en él remedan el poema de Gerardo
Diego “Al ciprés de Silos” en clave de un humor que degrada, esperpentiza y
desacraliza los versos clásicos.
Dice Juanjo Changa: “Enhiesto surtidor de sombra y sueño, que
acojonas el cielo con tu lanza…”. Sigue la Nívea: “Enhiesta verga de mi tío Hilario, que se empina de aquí hasta aquella
peña”. Y completan: “Chorro que a la
monjita casi preña, ensartada hasta el fondo del ovario”, “Enhiesto surtidor de gasolina…”
Aramburu presenta a la poetada, sus miserias y los poetas como personajes fatuos, envidiosos, susceptibles,
frustrados y con un obsesivo anhelo de reconocimiento. Conscientes de su
mediocridad, buscan artimañas para ser invitados a las Jornadas, para ser
reseñados sus poemas y recogidos en antologías. Son un puro disparate, un
descalabro de seres caricaturizados con sus dos pilares: alcohol y ansia de
sexo insatisfecha en su mayoría.
El organizador, Lope, abreviación
de Lopetegui, es quien organiza el evento, gestiona las subvenciones y, como
bien reseña Ricardo Senabre en El Cultural (21-03-14), es capaz de articular todos sus
larguísimos discursos en octosílabos:
Aunque seamos poetas venimos a trabajar. Se
han apuntado veintiocho de diez mil que hay en España. Alguno está por llegar.
Tiempo habrá en los días próximos de conocer a los nuevos y estrechar quizá
amistad. ¿Hay preguntas? ¿No? Prosigo. Veis que vamos en aumento. Seríamos
muchedumbre si dejáramos venir a todo el que lo pretende, pues ha corrido la
voz que estamos de vacaciones bebiendo y comiendo gratis, lo cual no es del
todo cierto, si bien en parte es verdad…” (p.23)
El tema de la ponencia inicial
del encuentro es la Belleza Poética. “Un concepto, una alusión, una patraña de
artistas?” –se cuestiona. “La belleza, la belleza, ¡por favor! El
clásico tema apolillado que hará las delicias de los metafas (…). La belleza es de derechas (…) Distracciones de burgueses (…). El tema
enfrenta a los dos grupos poéticos enfrentados: los metafas (hace referencia a
los metafísicos perdidos en cuestiones que ellos consideran trascendentales,
refinan el registro lingüístico, cierto uso musical de la lengua sin pasarse,
citas cultas, vocabulario amplio…) y los realitas (se refiere a los realistas,
a los poetas comprometidos cuya poesía es cercana a la oralidad, y su estilo
literario al habla popular, destruyen la gramática, usan excesivas palabrotas…).
Unos y otros se enfrentan con sus comentarios divergentes: “puta asamblea de jilgueros”, “Cuánto sermoneador, aquí cada cual con su
prédica, su ideal de paraíso en la tierra, su certidumbre de haber nacido para
algo…”.
El realita Juanjo Changa pagaría
por presenciar el suicidio de un metafa, si no “¿para qué vienen al monte todos estos borregos de la poesía actual
española?” –se cuestiona. Y el interlocutor de La Nívea (Evangelina
González) reproduce sus palabras: “Dice
lo gilipollas que somos. Y lo hipócritas. No paramos de mentirnos. Escribimos
para que nos perdone la imagen en el espejo, ante lo que no podemos fingir””
(p.233)
Y por encima de todos ellos Lope
(abreviación de José Manuel Agüero Lopetegui) en la presidencia, feliz “contemplando a su rebaño lírico balar en
armoniosa discordancia de pareceres”. Sin embargo todos caen bajo el
lenguaje incisivo del autor cuya caracterización sistemáticamente es negativa a
lo largo de la novela: luchan por sobresalir, unos humillan a otros, cultivan
los placeres asociados a la bohemia como el alcohol, sustancias varias y el
sexo, aunque ellos no tengan nada que ver con la auténtica bohemia.
La sátira de Aramburu afecta no
solo al contenido sino también a la forma de expresarlo. Asó encontramos divertidas
creaciones léxicas en la línea quevedesca: “vigilancia
ventanil”, “chavalillos
cortapantalonados”, “sonrió amplio,
pueril, postizodental”, “simios
afutbolados y teleimbéciles”, “cuerpos
descinturados”, etc. Con frecuencia corta la oración tras la conjunción
“que”, dejando abierto un sentido que se puede extraer del contexto: “había
confiado en que, pero”, o tras el pronombre “la historia del micólogo difunto como que no le, así que cortó.”
Juega con los sinónimos con sentido añadido: “entra en la habitación valiéndose de la tarjeta/ganzúa”, “había captado en el ruego/orden”, “por poco se le caen al suelo los
ojos/bolitas”. Matiza sus propias afirmaciones “se durmió de golpe (o casi)”.
También es original en las
descripciones: sintéticas “Subían al puerto
(curvas y pinos)”, precisas “Junto a
una columna llamaron (llamó Amalia)”. E incluye juegos fónicos “ecos gregorianos que rebotaban, aban, en los
gruesos muros pétreos”
Todo ello resulta del
extraordinario manejo del idioma, pero apenas es relevante, escondido tras el lenguaje
chocarrero que inunda cada página. Sus dos obsesiones en las que fundamenta el
humor son los excrementos y el sexo.
El poeta metafa Eugenio Alpuente
se pasa casi toda la novela tirado en medio del campo, con retortijones y los pantalones empapados en mierda que se
extiende por todo su cuerpo.
El sexo en el que se detiene con
detalle es el que practican las dos lesbianas (Conchita Arroyo y Susana
Valcárcel) que se excitan insultándose, propinándose pellizcos y codazos, y dan
nombre a sus genitales (Benito y Recaredo, para dirigirse a ellos) o el de los
homosexuales que se manosean las respectivas braguetas, o la realita Martina
Munro “la hembra corpulenta, jamona y
disnéica, que necesita unos cuantos hombres penetrantes al día para su ruidosa
satisfacción”. Pero sobre quien hincha las tintas es sobre la repugnante
relación que mantiene don Mateo Gil Salgado, 63 años, ciego, exigente y gruñón
con la jovencita Vanessita Rincón, a quien por cierto pretenden todos los
miembros de la poetada allí reunida, incluidas las lesbianas, pareja de la que
se describe con detalle deprimentes relaciones sexuales. Lo escatológico, lo
grosero, la mordacidad y la chabacanería son el fundamento de la sátira en esta
novela.
Las
descripciones bufas se alejan de los estereotipos: “la piara” es el nombre de un grupo poético, Juanjo Changa es “servil y ardillesco” y niega su
alcoholismo porque bebe –dice- “por
timidez”, Lope es el “boca de pez
lelo”, Martina es el “monumento
carnal”, Tadeo Balboa “gafas de culo
de vaso, metro noventa de pachorra”, Lope “versificador prolijo, solo consiguió un soneto pasable”. Y todos
pasan por el tamiz de la burla satírica del escritor: “Mucha poesía etérea, mucho vuelo alto y hondura, alma y bellas
imágenes, pero los líricos representantes de la poesía actual española zampan
como lobos”. Incluso la naturaleza recibe su varapalo: cita los sonidos de
“la murga de los pajarillos garrulos”,
las voces “por fortuna”
ininteligibles, etc.
En esta “feria de poetillas” hay de todo menos poesía. Algunas de las
anécdotas son absolutamente inenarrables por su ingenio que provoca la
carcajada, otras caen en lo chusco y soez, pero en ninguna Aramburu escatima
exageración, desvarío mordaz y lenguaje incisivo, lúdico, hilarante.
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