18 de septiembre: la Filmoteca de Albacete,
comienza el ciclo Recuerdo..., dentro
de su programación de otoño, con el homenaje a José Luis Sampedro, fallecido el
pasado abril (2013), homenaje promovido por el Ateneo Albacetense y la
Plataforma Legado José Luis Sampedro. Su
legado literario relacionado con el cine, queda representado en la proyección de la
película El río que nos lleva, dirigida en 1988 por Antonio
del Real, después de padecer mil obstáculos para conseguir su producción.
Es la única novela llevada a
la pantalla, a pesar de ser reconocida la potencialidad fílmica de la obra
narrativa de Sampedro. Fue publicada en
1961, y Antonio del Real explica cómo
leyó la novela en el tren, camino de Aranjuez y cuál fue la motivación que le
impulsó a llevarla a la pantalla:
"Me enamoré de ella porque mi padre había
tenido relación con la maderada y los troncos en Cazorla, sitio donde nací; yo
era muy niño cuando veía a mi padre con los capataces a caballo transportando
los troncos por el río Guadalquivir; es una imagen que tengo grabada en mi
mente y que vi plasmada en el libro de José Luis".
El guión
es de Antonio Larreta y José Luis Sampedro. La música de
Lluis Llach y Carles Cases. Fotografía de Federico Ribes. El reparto reúne
actores tan interesantes como Alfredo Landa, Tony Peck, Eulalia Ramón, Santiago
Ramos, María Pardo, Fernando Fernán-Gómez, Antonio Gamero y Concha Cuetos.
Con El
río que nos lleva, J. L. Sampedro plantea el paralelismo entre el río
(fenómeno natural y la vida de los habitantes. La acción transcurre en el marco
de la sociedad rural castellano-manchega, en la que el Tajo constituye un lugar
de vida y muerte, espacio mítico de la novela. He aquí la descripción del río:
"Pues el alto Tajo no es una suave
corriente entre colinas, sino un río bravo que se ha labrado a la fuerza un
desfiladero en la roca viva de la alta meseta. Y corroe infatigable la dura
peña saltando en cascada de un escalón a otro, como los que han dado nombre a
aquella hoz. Sí, el esfuerzo del río continúa: lo demuestra el aspecto caótico
de obra a medio hacer, con los desplomes de tierra al pie de los acantilados,
las enormes peñas rodadas desde lo alto hasta en medio del cauce, la rabia de
las aguas y el espumajeo constante. El río bravo sigue adelante, prefiriendo la
soledad entre sus tremendos murallones, aislado de la altiplanicie cultivada y
de sus gentes, para que nadie venga a dominarle con puentes o presas, con
utilidades o aprovechamientos. Los pueblos le huyen, asustados por las bajadas
al barranco y temerosos de las riadas. Apenas los pastores y los trajinantes se
le acercan por necesidad. Sólo los gancheros se atreven a convivir con él, y
aún así parece encabritarse para sacudirse los palos de sus lomos y enfurecerse
más aún contra los pastores del bosque flotante."(p. 42)
Narra la historia de los gancheros,
hombres cuadrilleros, que arrastran pinos, corriente abajo, desde el alto Tajo
(en la serranía ibérica) hasta las riberas de Aranjuez, en su última “maderada”.
El río es el testigo de alegrías y tristezas, del aislamiento y de las duras
condiciones de vida. La vida fluye simbólicamente del mismo modo que el río
lleva los troncos, y la historia de los personajes avanza por la geografía, al
mismo compás que los troncos de madera, descortezados, río abajo, dando nombre
a los capítulos los lugares por los que transitan: La Escaleruela,
Alpetea, Huertahernando, La Tagüenza, Oterón, Ocentejo, Sotondo, Azañón,
Trillo, Viana, La Esperanza, Entrepeñas, Anguix, Zorita de los Canes, Mazuecos,
Buenamesón, El Regolfo, Aranjuez.
Mapa desplegable, En ed. Aguilar, Madrid 1961, 1ª ed. |
Si la película destaca por la belleza de sus enclaves geográficos, no se
quedan atrás las sugerentes descripciones de la novela:
(…) aquella comarca tan llana, le
hacían sentirse extraño, como quien no reconoce su camino. Pero mientras
avanzaba sobre la recta interminable de la carretera, percibía el ímpetu
geológico de la serranía más intensamente que en los barrancos y convulsiones
de las peñas. El altiplano era la tierra levantándose toda entera, en macizo
bloque y sin esfuerzos parciales, como la tensa piel de un tambor exasperado.
Hasta los pinares y las sabinas se enrarecían allí para dejar tan solo tierra
pura, en ansia de altitud. En lo alto chocaban grandes nubarrones cenicientos,
agitados por extrañas fuerzas, y entre el llano y el ceñudo cielo del invierno
avanzaba inquieto el caminante como entre las placas de un condensador cósmico (pp.13-14)
Termina
la historia con un desenlace que retrata a su autor: triunfa la dignidad y la
solidaridad, que se defiende a lo largo de toda la novela.
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