jueves, 19 de enero de 2012

ESPERPENTOS DIARIOS. 1. Comprando en INTIMISSIMI

Día de Nochevieja 2011 por la mañana. Al otro lado del teléfono, mi hijo: "Mamá, si pasas por alguna tienda y ves calzoncillos rojos, me compras uno". Y mamá, como todas las mamás, aunque solo tenía que ir al supermercado y allí difícilmente iba a poder hacer el encargo, salió en busca del calzoncillo. Obviamente, la Ley de Murphy intervino y no me topé con esa prenda roja, a la vista, en ninguno de los escaparates por donde pasé. Encontré una amiga que me sugirió ir a una tienda específica de lencería. Y así lo hice. El establecimiento estaba a tope, pero en un perchero se exhibían variados calzoncillos navideños. Miré y miré, busqué y volví a buscar, y rojo, lo que se dice rojo, no había ninguno de la talla encargada. Se lo pedí a una señorita, que amablemente puso en mis manos uno, sacado de un cajón, rojo efectivamente y con unas cabezas de reno.
-Gracias, señorita, ese vale.
Y me puse a la cola, con siete personas delante. Tardé un buen rato en llegar al mostrador, todos los clientes querían sus compras envueltas en papel de regalo, y me estaba poniendo un poquito nerviosa porque era tarde y debía terminar pronto para ir a hacer la comida con la que pensaba agasajar a mis hijos que venían de viaje.
Al fin me entregaron mi paquetito envuelto y el tique que ascendía a 19'90 €.
¡Ostras!, pensé. Me está bien empleado por no preguntar el precio. Bueno, tranquila, me dije a mí misma, Nochevieja bien merece un extra, un regalito más. Y la señorita, tan amable, exclamó, "!Le va a encantar!", no sé por qué, pensé, si no conoce al destinatario, ni su edad, ni su humor, pero gracias por ese deseo implícito, y continuó, "¡tiene incluso música!". ¿Quééé? pregunté perpleja. "Sí", insistió tan encantadora, mire en el perchero los de otras tallas y ve cómo es.
Me acerqué, estupefacta, al perchero donde ondeaban los calzoncitos (así los llamaba mi hijo de pequeño) y observé y toqué horrorizada, un artilugio del tamaño de una moneda de dos euros, mucho más gorda claro, en plena parte frontal. Ahí me entró una sensación entre agobio, risa, rubor, imaginando a mi hijo, serio, palmoteándose la bragueta, de vez en cuando en la fiesta de fin de año, para que sonara el villancico.
Sin salir del establecimiento, cogí otra prenda de la talla que buscaba, esta vez con dibujos navideños, pero que no era rojo (pensé "y qué más da") y volví a ponerme en la cola, otra vez con siete personas delante. Durante el tiempo de espera en la cola, llena de bolsas, con el abrigo y la bufanda colgando, acalorada, sudando, con el bolso matándome el hombro, me iba poniendo nerviosa por momentos, porque llevaba en la tienda veinte minutos, y el tiempo de cocinar se me echaba encima.
Por segunda vez llegué al mostrador, y expliqué a la señorita que la persona para quien era el calzoncillo no le iba a gustar lo de la música y que me cambiara el de la música por el que había elegido sin ella.
-"¡Señora!, me dijo un poco extrañada, si la prenda tiene un ojal para quitar el artilugio.
- Sí, señorita, pero no tengo necesidad de pagar un extra por un objeto que nunca se va a usar.
La amabilidad de la señorita se agrió un poco, pero sin decir nada inició el proceso del cambio.
- Señora, coja alguna prenda más, porque no devolvemos el dinero
- Y un tique de devolución?
-Tampoco.
- Pues no lo entiendo. En el siglo XXI, en todos los establecimientos devuelven el dinero o dan un tique con el dinero del que se dispone para la próxima compra.
La señorita, ya más irritada, se ve que debía pensar que estaba ante una mujer estúpida, me indicó muy vehementemente que cada empresa tenía su política. Yo insistía en que no lo podía entender, pero ella me echó literalmente del mostrador para que yo buscara una prenda que complementara el gasto extra que, hacía unos minutos, había realizado. Y de nada sirvió que yo intentara explicarle la dificultad de comprar una prenda íntima en unos minutos, sin probármela, a esas horas de ese día y cargada de bolsas. Otra señorita más amable se acercó a mí, que continuaba perpleja en medio de la tienda, rodeada de bragas y sujetadores, pensando "esto no me está ocurriendo a mí", y me ofreció diversas prendas: camisitas de 20 €, pijamas, etc. pero yo insistía que sin probarme la talla no quería hacer ese gasto imprevisto. Me ofreció unas bragas básicas que costaban 7 €, debió pensar que eran una ganga, y al final, para irme de allí acepté unas de color chocolate. Y me volví a poner a la cola, la tercera ya, y una vez más con un montón de compradoras delante.
De nuevo llegué al mostrador y tuve que abonar 1 € más y como solo me quedaba el recurso del pataleo (era incapaz de pensar y recordar que hay un libro de reclamaciones), me atreví a repetirle a la agria señorita (que tampoco de señorita tenía nada) que no comprendía por qué no podían hacer un vale descuento y volver tranquilamente otra tarde. Y la chica, indignada, me repitió que era política de la empresa y añadió: "Cada empresa tiene sus normas, por ejemplo esta hace lo que no hacen otras, devuelve las bragas". ¡¡¡¡¡¡Quééééé!!!!! -exclamé. Pues ya me ha dicho bastante, no me volverá a ver por aquí. Y recordé una imagen fugaz, cuando entré en la tienda vi salir de un probador a una chica con tres bragas en la mano. Nunca se me ocurrió pensar que se las había probado con permiso explícito de las dependientas.
Pagué el euro y me fui indignada, tratada pésimamente, pensando que haber entrado a ese establecimiento era la estupidez con la que cerraba las estupideces cometidas en el año que finalizaba. Directa a "Pollos Olga" porque ya no había tiempo para cocinar. Mis hijos me esperaban y se rieron cuando les conté la pelota que me había comido.
Durante varias noches he estado contemplando, irritada, sobre mi cómoda, la bolsita del establecimiento, con las bragas y el tique dentro. No sabía bien qué podía hacer con unas bragas feas, caras, que no quería, y que siempre me iban a recordar que una chica me trató a patadas sin motivo.
Unos días después pensé, ¡Las voy a devolver! porque aún no había asimilado el hecho de que semejante prenda era objeto de generoso cambio. Y lo hice, y me las devolvieron, aunque tuve que pagar un poco más para canjearlas por una camisita interior. Y tengo los tiques que demuestran, cosa extraordinaria, que en ese establecimiento devuelven las bragas.
¿Quién se las habría puesto antes? Yo no, desde luego, ni antes ni después.
¿Cómo se llama la chica antipática? Da igual, no vale la pena dedicarle un espacio a su nombre.
¿Cómo se llama el establecimiento? "INTIMISSIMI", de la ciudad de Albacete.

2 comentarios:

Cristian Briceño González dijo...

Esta historia me hizo reír muchísimo. Me pareció interesante el título del esperpento: un sutil recuerdo a Valle Inclán.

Por otra parte, la sucesión de acontecimientos producen una gradación hacia un punto crítico con el evidente cambio de actitud de la vendedora y un final "feliz". Fue muy agradable la lectura.

Saludos desde Chile.

Unknown dijo...

Se llama Isabel