lunes, 27 de julio de 2015

Bariloche de Andrés Neuman

 Así es cómo sobreviven los agotados
Con esta frase procedente de un ensayo de John Berger, con la que se presenta la novela, el propio Neuman explica cómo fue el punto de partida de su idea a partir de leer el ensayo. Los explotados, demasiado cansados tras el trabajo, sienten un traicionero bienestar ante pequeños placeres como dormir, comer o hacer puzzles como el protagonista.
Esta novela corta es la primera de Neuman (1999), Finalista del XVII Premio Herralde de Novela. Se trata de la historia de dos hombres, basureros nocturnos en Buenos Aires, uno, el Negro, mantiene a su familia con varios empleos; otro, Demetrio, soltero, vive en una caída libre hacia la autodestrucción.
Se trata de una novela estructurada en capítulos breves, algunos muy breves, en total 65, mediante los cuales se compone el puzzle de la cotidianeidad asfixiante de estos dos personajes y de la ciudad en la que viven.
Los fragmentos ofrecen un conjunto de voces narrativas: el yo en primera persona de Demetrio es la voz dominante, completada por la voz del Negro, la de Verónica (esposa del Negro y amante de Demetrio) y la del narrador-descriptor. Curiosamente, incluso se distinguen por el habla: español correcto para el narrador, español porteño en los demás personajes argentinos. Así le dice el Negro a Demetrio, de su mujer, cuando intuye que ha tenido una relación con otro hombre, sin imaginar que ese hombre es Demetrio:
“¿Sabés lo que pasa? Que yo a mi mujer la veo escarmentada, hacerme caso che bien junadita la tengo. La pobre se la bancó bien, yo le armé todo el quilombo que quise y le grité una noche entera y ella escuchando nomás sentadita, bien piola.” (p. 21)
El desarraigo, la pérdida, la alienación son los temas sobre los que reflexiona el autor en ese camino hacia la autodestrucción. Yo pienso que a lo mejor se forma una familia para intentar matar la orfandad que cada uno sufre desde que nace” (p. 52). Demetrio no llega a constituir una familia, e incluso huye del compromiso y de la insistencia de su amante porque, a lo largo de su existencia, va desarrollando la sospecha “de que en la vida, para algunos, los tiempos no cambiaban nunca” (p. 75).
Demetrio arma puzzles, cada tarde, que sirven para dar voz a su memoria. Es una  actividad que de joven consideraba una “taradez” porque no entendía la finalidad, ni el disfrute de perder el tiempo cuando faltan horas, para reconstruir un paisaje que ya venía construido en la tapa. El autor utiliza este entretenimiento para poner en boca del personaje una reflexión que lo caracteriza en esa carrera de su vida cuesta abajo: cuando te parece que las horas no pasan, que no es la última (…) entonces encontrar algo para hacer, sobre todo si es algo que signifique orden, es nada menos que la salvación de la locura” (p. 37)
El vertedero forma parte de su cotidianeidad, no solo porque trabaja recogiendo basuras sino porque le parece la “fosa común de todas las ciudades” (p. 83) y lo observa sintiéndose parte de él; por eso exclama sorprendido: “Dios santo, cómo podía haber tanta, tanta mierda” (p. 84).
Frente a esto, el narrador pone el contraste con sus descripciones de postal del lugar en el que se desarrollan los hechos, Bariloche. Al inicio de la novela, recoge la localización y los datos objetivos exactos de esta bella localidad argentina, situada en la orilla meridional del lago Nahuel Huapí, provincia de Río Negro. En siguientes fragmentos, el narrador-descriptor, adopta un tono lírico para esas poéticas descripciones, fragmentos exclusivamente descriptivos que intercala entre los narrativos y que, según afirmaciones del propio Neuman, escribe en prosa camuflando en ella la métrica del verso clásico. Representa el contraste entre la naturaleza mítica de Bariloche con sus araucarias, y su amancay frente el aspecto urbano de la ciudad.
El lenguaje literario impregna ambos mundos. No solo el mítico lago con su horizonte recortado por “dorsales nervudos de la gran cordillera”, “un gigantesco reptil óseo” (p. 21), sino también aquellos detalles carentes de belleza de las basuras de la ciudad que rodean a los basureros: “con las bolsas de nylon negras a sus pies igual que un ejército de sucias moscas” (p. 3). Lo mismo sucede con los paisajes urbanos, así observa “cómo emergían las personas de la boca de metro de Lacroze: salían vomitadas a la calle y seguían dando pasos a la intemperie” (p. 8), o como el garaje de los camiones de basura “parecía un siniestro tanatorio de elefantes” (p. 12), y como “las persianas, como lentos párpados de gigante, dejaron ver un cielo lácteo” (p. 19).
En resumen, se trata de una novela conmovedora que recibió elogiosos comentarios en su publicación. Resulta muy interesante recuperar su lectura.



No hay comentarios: