Leemos una noticia del 18 de enero 2013: Cospedal reinstaura la figura del "funcionario cesante" en la administración de Castilla La Mancha.
Somos ingenuos los que pensábamos que habíamos recorrido hacia atrás solo una década. Parece ser que hemos corrido tanto, tanto, tanto hacia atrás, como para situarnos en 1876 cuando con Antonio Cánovas del Castillo, en la Ley de Presupuestos, se regulan los sueldos y las condiciones de jubilación.
Proliferan entonces los cesantes, empleados públicos en el siglo XIX que se quedaban sin trabajo y sin ningún tipo de retribución. La prensa fue el eco de los problemas que suponían la cesantía "económica", las estrecheces que obligaban a la familia del cesante a desprenderse y empeñar los objetos de valor (pieles, joyas, muebles, etc.) para poder ir sobreviviendo.
La literatura también ha recogido esa figura social. Especialmente Pérez Galdós es el escritor que presenta en sus novelas más variedad de modelos de cesante, mostrando aspectos de su vida familiar, social y política. Pero es Miau la novela cuyo protagonista es el cesante Ramón de Villaamil, en una trama desarrollada a comienzos de 1878, inicio del periodo de la Restauración.
Si nuestros políticos siguen corriendo en la misma dirección, acabaremos todos siendo siervos de algún señor feudal.
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