Hoy ha sido un día arrastrado, literalmente "arrastrao". Absolutamente todo lo que ha pasado por mis manos, se ha pegado un paseo por el suelo, incluida yo.
Para
qué me voy a entretener en describir cómo ha aterrizado primero el bote del champú,
después el del gel, en el fondo de la bañera, si eso ocurre a diario. Luego se
ha escapado entre mis dedos el estuche de las sombras de ojos, que se ha estampado
contra el lavabo y se ha hecho papilla. Algo he aprovechado, lo justo para
pintarme un poco, pero en cuanto he abierto el grifo, los pequeños escombros
que se extendían y tintaban la blancura del lavabo, todos han desaparecido por
el desagüe. “¡Bien empezamos!”, he pensado, pero no imaginaba que eso iba a ser
el comienzo de una larga cadena de aterrizajes forzosos.
A
la hora de comer, he acometido la ardua tarea de bajar un recipiente del
segundo estante del armario de la cocina, ardua porque no sé si yo he encogido
o si el armario ha aumentado su estatura, el caso es que he conseguido tocar la
torre de los Tuperware, en la que se encontraba el que yo necesitaba, solo con
la punta de los dedos y traerla hacia mí. No he calculado que una torre de tres
no es claramente segura y el primero de los recipientes se ha abalanzado,
agresivo, sobre mí por molestar su quietud y me ha castigado duramente con un
capón en la cabeza. Con medio brazo forzadamente levantado, he conseguido
sujetar el segundo que ha arremetido contra la fregadera, y el tercero que era
el que yo necesitaba continuaba aferrado con mis dedos, pero ha cedido a la
fuerza de la gravedad en medio de tal
balumba y también ha caído. Pacientemente los he recogido, duplicando ¡claro!
el trabajo, y he vuelto a estirarme de puntillas para devolver dos de ellos a
su lugar de reposo.
A
continuación he preparado en el recipiente recuperado, unos champiñones que
había lavado, relavado, cortado en láminas, y estaban dispuestos al lado de la
plancha, pero, ¡hecho extraordinario!, enseguida han iniciado un violento vuelo
y el consiguiente aparatoso aterrizaje, justo en el momento en que destapaba la
botella de aceite. Puede que, de refilón, haya arreado un pequeño empujón al
recipiente, pequeño me pareció ciertamente, pero la consecuencia ha sido
desmesurada: los champiñones se han esparcido por la fregadera, por el suelo, y han invadido
la encimera que no estaba libre de cosas sino todo lo contrario, con lo que he tenido
que ir a la caza de cada una de las laminitas que se habían deslizado hasta el
rincón más inverosímil.
No
ha acabado ahí la cosa, porque en medio de la operación-rescate de champiñones ya
resobados, mi torpe codo, que parece tener vida propia independiente del resto
del brazo, ha derribado la botella de aceite, que acababa de destapar, y en
consecuencia se ha extendido una untuosa capa de lo que más parecía chapapote
que otra cosa, por los variados elementos que ha arrastrado a su paso.
Terriblemente
enfadada he recogido todo, he tirado los restos, y los champiñones, y cuando he acabado me he dado cuenta de que
llevaba media hora trabajando en la cocina, actividad ciertamente ingrata cuando
los resultados son los que han sido: no había cocinado nada.
He
colgado el trapo de cocina en su percha, después de recogerlo, una vez más, del
suelo. He barrido los restos del desastre y he conseguido que llegaran al cubo
de la basura después de tropezar con el recogedor, observar desencajada cómo se
esparcía la basura y por segunda vez recogerla.
No
me ha quedado más remedio que cerrar la puerta y bajar a tomar algo al bar de
la esquina, pero tampoco he llegado allí sin más. He resbalado y la fuerza de
la gravedad me ha atraído hacia el suelo, adonde he llegado con las manos en
los bolsillos de la cazadora que han impedido que me pudiera levantar sola,
porque no he caído como todo el mundo, ¡¡no!!, mi caída ha sido artística: una
pierna hacia delante, otra hacia atrás, y el cuerpo encajado con la voluminosa
cazadora y las manos en sus bolsillos. No me he hecho daño, menos mal, salvo en
mi integridad moral que se ha quedado en ese suelo. Hoy no he comido.
La fuerza
de la gravedad me ha derrotado.
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