lunes, 28 de septiembre de 2020

Panza de burro, la primera novela de Andrea Abreu. RESEÑA

AFIRMAR QUE HAY FALTAS DE ORTOGRAFÍA ES QUEDARSE EN LA ORILLA DE LA NOVELA

Panza de burro, la primera novela de Andrea Abreu. Sevilla: editorial Barrett, junio de 2020.

Normalmente una buena crítica acerca al lector a un libro. Pero, a veces también es el resultado de leer una crítica negativa la que despierta el interés por conocer, de primera mano, lo cuestionado. 

Cuando en el diario El País (Peio H. Riaño, 15 agosto 2020) leí un titular que decía “La autora revelación que no tiene miedo a la RAE”, me extrañó porque no creo que sea miedo lo que despierta la RAE, nunca he leído amenazas por poner faltas de ortografía.

A continuación del titular decía la entradilla: “Es un libro sobre la infancia escrito como si fuera un juego, sin atender a las correcciones más básicas, las ortográficas. Algo así como el Verano azul de la generación Z¿Cómo -me preguntaba yo- un editor puede apostar por un libro con faltas de ortografía, una primera novela de una desconocida? No entendía nada y como si fuera una fruta prohibida, me interesé por su lectura.

Descubrí, con grata sorpresa, que no eran exactamente faltas de ortografía lo que cometía la escritora, sino que coincidían varias cuestiones. La primera es que hay un modo de caracterizar a un personaje a través del lenguaje. La narradora en una niña, de escasa cultura, canaria, de un barrio periférico y que utiliza la lengua oral y por tanto reproduce su fonética. Espontaneidad hay en esta caracterización. Es necesario leer algunas palabras con los oídos, en voz alta para comprender el sentido de la oralidad en güertajediondo, el juego de la guenboibeibibornsmésinye, voy a aserte caricias, ke… Se pierde alguna consonante en el cespeinventao, de verdá, se cierra la vocal en volcán, se enlazan palabras en miniña, pal, pafuerapabajo, se alarga la vocal para mostrar insistencia en valeee, se usa léxico específico como un fisquito namás, todo manchurriado, recorrían el camino en sisá. Algunos de esos términos se repiten tantas veces que el propio contexto aporta el significado.

(…) a la abuela de Isora le encantaba explicarnos a todas las niñas cosas sobre la gordura. O sobre la flacura, más bien. Para estar flaca hay que comer de un plato más pequeño, decía, (…) y lo que le voy a dar a esa niña es un rebencazo pa que deje de comer mierdas, y yo tengo a la niña a dieta porque ya se está poniendo cachorrona, y si la dejo se me desbarata(…) (pp. 30-31)

Solo hay página y media (pp. 79-81) donde podemos hablar literalmente de faltas de ortografía, por ser escrupulosos con el tema, pero esa incorrección es una caracterización más de los personajes que adolecen de falta de instrucción, apenas saben escribir. Escriben en una libreta las frases que oyen y no quieren olvidarlas: “kuando se pierde l amr n tu visión & n tu mente cambia todoOo”, “no s lo mismo hacer l sexo q t agan l amor”. Y observamos, de nuevo, el valor de la oralidad en estas frases. Igualmente ocurre en páginas que reproducen una conversación en Messenger (p.111-2). En ocasiones, cuando se quiere remarcar la intensidad de la voz, se escribe la frase con mayúsculas: AGARREN SUS PERTENENCIAS Y BOTENSEN PA LA MAR, SALVENSEN QUIEN PUEDA MISNIÑOS 158, o en un cartel, CUIDADO AY BENENO

Son cinco razones que sustentan su modo de hablar y que la retratan perfectamente. La propia escritora explica que Panza de burro no está escrito en canario, sino en canario de su pueblo, al que llama “chelismo”, que es el habla de su abuela Chela. Es pues, la diferencia entre lengua (normativa) y habla (uso). yo quería experimentar, tratar de plasmar el habla de mi barrio, la forma de escribir en el MSN que teníamos en aquella época, todo esa jerga y esa cultura kinki canaria de principios de los 2000”- comenta la autora.

La escritora experimenta con el lenguaje. Hay páginas (pp. 75-77) en las que no hay signos de puntuación, ni mayúsculas y repite palabras, en un monólogo obsesivo “comerme a isora

Incluso el título tiene que ver con la jerga canaria. La “panza de burro” es el nombre que se da a esas nubes bajas y grises que cubren el cielo del norte de Tenerife. “Era el día de Candelaria y hacía mucha calima. El cielo era todo nubes y tierra. Yo a veces pensaba que nosotros éramos los culpables de toda esa tierra flotando en el aire: la capa de nubes negras que taponaba el cielo no dejaba salir nuestras respiraciones y el aire se iba volviendo pesado hasta que empezábamos a ahogarnos” (p. 119)

Por lo demás, la novela cumple con los requisitos necesarios para ser interesante: hay un costumbrismo en el relato del modo de vivir de los personajes de ese barrio, sus costumbres en la comida, en las relaciones, sus amistades, su uso de los medios de comuniación (telenovelas como “Pasión de gavilanes”), con las redes sociales (Messenger), los prejuicios (mal de ojo), los juegos de moda (Pokemon) y todo aquello que puede interesar a una niña adolescente, en el entorno del año 2.000.

Es, además, una novela de iniciación, en la que las dos amigas descubren el sexo. La narradora es la única que no tiene nombre; su amiga Isora, a quien tiene idealizada y sigue todos sus pasos, la llama siempre chistando, “shiiiit”. Y no olvidemos algunas de las escenas potentes y duras, y el desenlace inesperado.

 

La edición de Panza de burro también es original. La sevillana editorial independiente Barrett ha creado una colección, “Editor/a por un libro” de la editorial Barrett, y en este caso ha sido la también periodista y escritora Sabina Urraca (San Sebastián, 1984)  que pasó su infancia en Canarias, la encargada de editar la novela de Andrea Abreu.

 

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