¿Hay alguien que no conozca a una peluquera parlanchina que te habla sin parar mientras te atruena el oído e impide la audición con el ruido del secador en la oreja? No hay manera de entender lo que dice y, después de pedir que repita varias veces, acabas por esbozar una sonrisa tonta como respuesta. A continuación esperas, sufriendo, la consiguiente quemadura en el cuero cabelludo por su experto manejo de la lengua y del secador.
¿Y al dentista que mientras te tiene inmovilizada, con la cabeza desencajada del cuello y la boca abierta de par en par, te hace una pregunta a la que solo puedes responder con un tímido gruñido? Y no lo hace solo una vez sino varias, insistiendo en preguntar aquello que no puedes contestar ni aunque tuvieras cualidades de ventrílocuo.
¿Y al joven que orina en medio de la calle, cuando a primera hora de la mañana te diriges al trabajo y él aún no se ha acostado, y cuando vuelves la cabeza hacia otro lado, avergonzada, pregunta lleno de orgullo por ser tan machote: "Qué pasa, señora"? Y dudas entre pasar de largo o encararte con él.
¿Y al camarero de no más de veinte años que, con un desparpajo inimitable, se dirige a un grupo de mujeres de unos sesenta años con un "Chicas qué queréis" y las maneja a su antojo, "por orden, chicas, pedid por orden" o si considera que han pasado mucho tiempo pensando qué van a pedir, les increpa con determinación, "os decidís ya o qué"? Lo miras, mordiéndote la lengua, no sea que vaya a escupir en tu comida.
¿Y qué decir del mundo judicial? De ese ínclito abogado de la compañía de seguros que pierde de vista el concepto de dignidad y de decencia negando lo obvio, declarando inocente a la aseguradora para que no pague los destrozos que uno de sus asegurados ha causado a la víctima con quien tropezó en su oscuro camino? Conocí a un amigo que tuvo un accidente provocado por un "despistado" que le dio alcance por detrás y lo estampó contra el coche de delante, dando lugar a un siniestro total, de resultas del cual tuvo la "suerte" de perder el coche y la fortuna de no perder la vida. El abogado del seguro de este "despistado", despreciando el atestado de la policía (porque que no estaba en el lugar del suceso tomando puntualmente la grabación de cómo el último coche provocaba tal accidente, grabación con la que probar la verdad de los cargos, para lo que necesitaríamos un agente de tráfico o una cámara en cada metro de carretera, con el ojo vigilante permanentemente puesto en el visor y el dedo preparado para pulsar el botón de "iniciar la grabación"; pero no olvidemos que luego nos negarían la grabación en función de la Ley de protección de datos) y despreciando también la palabra del perito (profesional de los informes y presumiblemente decente), impugna ambas declaraciones, pone en entredicho sus informes y tiene el valor de proclamar la inocencia del "despistado", para ahorrar el dinero de la aseguradora.
El surrealismo moral se ha perpetuado en nuestra sociedad. Hay muchas cosas que quiero pero no puedo hacer y no es porque me lo impida alguien o tenga alguna limitación física sino porque mi mente, mi conciencia, algo dentro de mí, pone límites y paraliza mis reacciones.
¿Y qué decir del mundo judicial? De ese ínclito abogado de la compañía de seguros que pierde de vista el concepto de dignidad y de decencia negando lo obvio, declarando inocente a la aseguradora para que no pague los destrozos que uno de sus asegurados ha causado a la víctima con quien tropezó en su oscuro camino? Conocí a un amigo que tuvo un accidente provocado por un "despistado" que le dio alcance por detrás y lo estampó contra el coche de delante, dando lugar a un siniestro total, de resultas del cual tuvo la "suerte" de perder el coche y la fortuna de no perder la vida. El abogado del seguro de este "despistado", despreciando el atestado de la policía (porque que no estaba en el lugar del suceso tomando puntualmente la grabación de cómo el último coche provocaba tal accidente, grabación con la que probar la verdad de los cargos, para lo que necesitaríamos un agente de tráfico o una cámara en cada metro de carretera, con el ojo vigilante permanentemente puesto en el visor y el dedo preparado para pulsar el botón de "iniciar la grabación"; pero no olvidemos que luego nos negarían la grabación en función de la Ley de protección de datos) y despreciando también la palabra del perito (profesional de los informes y presumiblemente decente), impugna ambas declaraciones, pone en entredicho sus informes y tiene el valor de proclamar la inocencia del "despistado", para ahorrar el dinero de la aseguradora.
El surrealismo moral se ha perpetuado en nuestra sociedad. Hay muchas cosas que quiero pero no puedo hacer y no es porque me lo impida alguien o tenga alguna limitación física sino porque mi mente, mi conciencia, algo dentro de mí, pone límites y paraliza mis reacciones.
¡¡¡Menos mal!!!
1 comentario:
¡¡¡Cuanta razón tienes!!!
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