Normalmente
vivo sola o eso me creo yo, porque a veces, tengo mis dudas, pero aclaro, no
tengo ningún miedo. Hoy
me ha tocado la broma del fantasma gamberro. Os contaré lo que me ha ocurrido:
Llevo
unos días ordenando esos cajones repletos de tesoritos inútiles. Hoy, después
de ducharme con un gel (de tamaño familiar) casi finiquitado, he pensado que
era el momento de vaciar todos esos frasquitos tan monos, que recoges en los
hoteles cuando llevas tu propio gel y champú en tu bolsa de aseo, y que
recuerdas con desánimo en qué cajón los dejaste en casa, cuando coincides en un
hotel donde te obsequian con esos terribles sobrecitos de escaso contenido y
que difícilmente puedes abrir con las manos mojadas. Yo recurro siempre a los
dientes para abrirlos aunque no puedo evitar el comer algo del detergente que
contienen.
Bueno,
pues con paciencia he empezado a volcar el contenido de los pequeños frasquitos, en el envase grande casi vacío
de gel, pero como no he podido quitar el
tapón, encajado con la furia de una máquina industrial, la mitad del líquido se
ha vertido fuera del ridículo agujerito por el que yo pretendía rellenarlo. ¡Trabajo
en vano! y eso que me ha llevado un buen rato hacerlo.
Y lo mismo he hecho con el champú, este con un tapón fácilmente desenrroscable, un envase muy cómodo de usar (empujo con la palma de la mano y cae el chorrito de champú). Esta actividad ha sido fácil. Cuando he terminado, en mi ducha había una explosión de colores, porque en ese envase transparente, de champú asimismo transparente, ha caído champú azul y champú amarillo, y no se han mezclado los colores sino que se han sobrepuesto en pisos de artísticos colores, en el mismo orden en el que entraban. Otra cosa será cuando me lave el cabello con ellos.
Y lo mismo he hecho con el champú, este con un tapón fácilmente desenrroscable, un envase muy cómodo de usar (empujo con la palma de la mano y cae el chorrito de champú). Esta actividad ha sido fácil. Cuando he terminado, en mi ducha había una explosión de colores, porque en ese envase transparente, de champú asimismo transparente, ha caído champú azul y champú amarillo, y no se han mezclado los colores sino que se han sobrepuesto en pisos de artísticos colores, en el mismo orden en el que entraban. Otra cosa será cuando me lave el cabello con ellos.
Cuando he terminado la faena, me he dado cuenta de que todavía me quedaban unas cuantas cosas que hacer. He
tenido que limpiar todo el gel derramado que ha dejado el envase grande extraordinariamente pringoso, y un buen cerco en el mármol del lavabo, he tenido que ocuparme de llevar primero, los
frasquitos de plástico pequeños, vacíos, a la bolsa del reciclaje de plástico, y a continuación he guardado los tapones en la bolsita del reciclado de los tapones para
que no sé qué fábrica, abone a no sé quién, no sé cuántos pocos céntimos por
llevarlos. Yo contribuyo, llevo la bolsita y la vuelco en una caja grande de
cartón. ¡Supongo que es poco rentable esta actividad!
He hecho lo que creía debía hacer, pero no sé
por qué será, me siento una perfecta idiota.
Vuelvo al principio: os contaba que el gel lo he rellenado por el agujerito que
me permitía derramar alegremente todo el gel fuera del envase, pero no ha habido problema con su tapón; sin embargo, curiosamente ha sido el tapón-pistola del champú con su largo canutillo por el que asciende el champú para salir, el que ha desaparecido, literalmente se ha esfumado.
Recuerdo haberlo dejado en el lavabo, pero al ir a tapar el envase, el tapón ya no
estaba. He buscado por el suelo, en la bañera, en el bidé, he desarmado la
bolsa de reciclar plásticos, he revuelto la bolsa de reciclar tapones, y he ido
hacia atrás y hacia adelante por la ruta (muy larga me ha parecido) del baño a
la cocina, y nada. ¡Missing! ¡Desvanecido! ¡Evaporado! El tapón se ha
escabullido entre los envases pequeños y se ha fugado.
Alguno
de esos fantasmas que conviven en mi casa, me ha gastado una broma, “Toma, por
perder el tiempo en bobadas!”. Mi madre me habría dicho, pero ¿has buscado
bien?, y yo muy digna le habría respondido “¡Mujer!, no voy a buscar en el
cajón de los cubiertos!”, pero no le he dado la oportunidad de mosquearse con
una respuesta irónica porque ni se lo he contado.
Ahí
se ha quedado el magnífico envase del champú, coloreado y sin tapón para
recordarme que, a estas alturas de la vida, no es preciso ser tan espartana y aprovechar
todo, pero la verdad es que me daba lástima tirarlos, y ustedes dirán “¿para
qué los cogiste?”, pues miren, porque eran tan bonitos…. Unos por sus tapones
de colores, otros por sus redondeces o porque eran esbeltos cilindros, o porque
venían de un hotel exótico, o porque traían consigo algún recuerdo.
Siempre
hay excusas para hacer bobadas.
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